miércoles, 26 de febrero de 2014

Una Anécdota de mi infancia. Entre bicicletas, tortugas y un Dodge 1500



Ante todo, este post es largo.....


En diciembre del 85, cuando tenía 6 años, nos mudamos a nuestra primera  casa, en lo que en Bahía Blanca se como el Barrio de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica). Antes vivíamos en un departamento viejo, corroído, con una forma extraña. Hoy se les llama PH. Mi viejo era empleado del sindicato y con mi vieja se hicieron acreedores de una vivienda.
En ese barrio pasé toda mi infancia y los primeros años de mi adolescencia, quizás los mas duros, no solo por la edad sino por las circunstancias, pero no es eso lo que quiero contar.
La introducción se debe a que hoy mientras pedaleaba sin rumbo me acorde de una historia muy divertida, hermosa por donde se la mire.
En el Barrio de la UOM, aprendí a andar en bicicleta. A la fuerza. Mis vecinos todos andaban menos yo, simplemente  por dos razones: antes vivía en una zona casi céntrica y era chico para andar por la calle de asfalto y la otra, porque no tenía bicicleta.
Las primeras pedaleadas las di en una bici de Nico, un vecino de la esquina de casa y amigo de la infancia. Era un tanto extraña, en su forma, color e incluso el asiento era raro, uno de esos con forma de banana,  con espaldar, ya no se ven casi. Me caí un par de veces, pero en un momento me di cuenta que iba cada vez mas rápido, que no había manera de que mis amigos  me sigan corriendo, comprendí  que estaba andando solo y que había solucionado ese temita del equilibrio.
Las bicis que tuve eran unas recicladas. Me acuerdo de la blanquita, era de mujer. La pinte de blanco, porque no se entendía de qué color era, el oxido y los rayones la convertían en un caño con ruedas. Con ella anduve un par de años. Salíamos con amigos, íbamos a la pileta del camping de la UOM, que estaba a 20 o quizás 30 cuadras de casa. Todos teníamos carnet de socio. Salíamos después de comer y nos quedábamos hasta el cierre. A veces volvíamos por partes. Alguna pelea dividía al grupo, pero al otro día era como si nada hubieses pasado, en realidad nada había pasado, cosas de chicos.
Para mi cumpleaños 8 ó 9, mi hermana Mary, la mayor, me regaló una bici nueva, una cero Kilómetro.
Mary, ya había terminado la secundaria, estudió unos años en la Universidad, pero luego dejó y empezó a trabajar en una zapatería. En una zapatería o ¿en una casa de electrodomésticos? Bueno, no es importante, pero seguro que uno de esos dos era.
María Isabel, tal como la saludo cuando hablamos por teléfono, se encargó de elegirla y que la lleven a casa, el mismo día de mi cumpleaños y que sea a la tarde, porque yo iba a la escuela de mañana. Me la imagino, atornillándole la cabeza al vendedor  con explicaciones y argumentos una y otra vez para que nada salga mal.
Era roja!! De carrera!! Si, de esas que tenían el manubrio para abajo, tipo cuernos para agarrarte de ahí y cortar el viento. De esas que son livianas, que andan rápido!! Con las llantas finitas, no era una bici, era un avión!! Con pedales que agarraban a la suela de la zapatilla, era mi bici cero KM!!!
Cuando  trajeron el regalo  mi hermana  no estaba, así  que lo recibió mi mamá. Es para vos, me dijo. Contenta, creo que mas que yo!! Te la compró Mary.
No recuerdo la reacción que tuve cuando mi hermana Mary llegó del trabajo, estoy seguro que le agradecí, lo que no recuerdo es  el nivel de euforia o si hubo euforia. No soy muy expresivo, creo que en aquel entonces tampoco lo era.

La Tortuga.

Unos días antes de mi cumpleaños, cuando volvía del almacén de Pochi, me encontré una tortuga. Era grande, me acuerdo que uno de los cuadrados del caparazón estaba pintado de rojo con esmaltes para uñas. Evidentemente el bicho era escapista y el dueño la marcó para identificarla. Supongo que ese era el origen de la mancha roja, dudo que ese color perteneciera  naturalmente a la tortuga.
Cuando llegué a casa con la tortuga, mi vieja me dijo  - Qué haces con eso acá???  No quiero ver a ese bicho en esta casa!! Por qué?  Pregunté. Porque ya tengo bastante con tu perro!! A parte, las tortugas traen mala suerte, me dijo. Con mis hermanas la miramos con cara de asombro y una sonrisa cómplice. Bueno, eso decía mi abuela, argumentó la vieja, pero no aflojó. La tortuga al patio, ahí tiene lugar de sobra.
Así fue, la tortuga se quedó en el patio. Pero como les comenté, la tipa era escapista, siempre la encontraba sobre el cemento y al lado del portón que daba a la vereda.
El portón, era un portón viejo que había conseguido mi papá  en alguna metalúrgica de esas en las que trabajaba como soldador por la tarde.
Las casas en los barrios, las suelen entregar con los terrenos divididos, pero así nomas, con un alambre, como para que se sepa dónde termina tu terreno y empieza el del vecino.  De a poco todos iban haciendo las medianeras o dividiendo como se podía. En Casa pusimos el portón  para separar  la casa de la calle, aparte, el almacén de Pochi daba con mi patio y como estaba todo abierto, para cortar camino,  la gente, se metía en mi casa, pasaba  por el patio y salía por el fondo de la otra parte de la manzana, es decir el patio de Pochi, el almacenero.
Ese coso de metal, gris, viejo y pesado, estaba medio de adorno, nunca los cerrábamos con llave. No era necesario. Gran parte de las medianeras estaban hechas ,ósea que la gente ya no se metía en el patio para ir a comprar al almacén y por otro lado, en el barrio no pasaba nada, alguna que otra vez, le afanaban la ropa del tendal a algún vecino, pero nada grave, pavadas.
Me acuerdo que cuando llegaba a casa con la bici, ni me bajaba, estiraba un poco el brazo, hasta alcanzar con la mano  el picaporte, con la rueda de adelante empujaba la puerta y una vez que atravesaba el portón,  con el pie le pegaba una patada fuerte para cerrarla.
Era un dos de diciembre, habían pasado 4 días de mi cumpleaños y celebraba el cuarto día de sociedad inseparable con mi bicicleta roja.  Como siempre, me mandaban a hacer los mandados, era el más chico, siempre me tocaba a mí. Yo no me negaba en esos días, porque iba en la bici, en mi bici de carrera roja y veloz.
 Me mandaban a hacer las compras en cuotas. Pablo anda a compra la leche. Al rato, Pablo, anda a comprar huevos y así a veces me pasaba toda la tarde en el almacén de Pochi. 
No recuerdo si ese dos de diciembre era sábado o ya habían terminado las clases, pero la cosa es que ese día estaba en casa a la mañana. Como siempre, la rutina de los mandados arrancaba tipo 10:30 u 11:00 Hs.
Fui al kiosco de los abuelos y a la verdulería como primer recorrido. Hasta que se escucho la voz de mamá decir – Pablo, anda a lo de Pochi y compra….
Agarré la bolsa de los mandados, una de esas viejas, de plástico duro tipo red, abrí la puerta del lavadero que comunicaba con el garaje para agarrar la bici.
Cuando llegue a la parte de la pared en la que normalmente la apoyaba, justo ahí donde estaba la canilla que siempre goteaba, me doy cuenta que la bicicleta roja no estaba.
Me asusté, pero al instante pensé, seguro me la olvidé en el kiosco o en la verdulería. A veces me pasaba, pero con la blanquita. Iba a hacer los mandados y me olvidaba la bici, volvía caminando. Podría ser la primera vez que me pasaba con la roja, era raro, pero aun así casi corriendo fui hasta el kiosco. Afuera no estaba. Le pregunta a doña Porota si ella la había guardado. A veces cuando me olvidaba la bici, la guardaba y después jugaba un rato conmigo con preguntas como – Yo tengo algo que es tuyo….. Y así. Sabía que era la bici, pero me divertía y con el juego siempre me llevaba algunos caramelos de regalo.
Del Kiosco a la verdulería. Dos cuadras rogando, pensando casi convenciéndome que la bici estaba ahí. Tenía que estar ahí, no podía existir otra opción.
Llegué a la verdulería, miré para todos lados y no estaba. La verdulera me pregunta – ¿Qué buscas Pablo? Le comente que no encontraba la bici y me dijo, te fuiste en la bici, es mas, me reía porque la bolsa que usas es más grande que vos.
Derrotado, con las piernas temblando, el ánimo por el piso, con toda la desilusión que se puedan imaginar, volví a mi casa. Fueron las tres cuadras mas decepcionantes de toda mi niñez. Era mi bici súper veloz 0 Km!! Eso no podía pasar en el barrio, no!! Nunca nadie se había robado mas que la ropa de un tendal o hacer alguna maldad como la que le hicieron a la gallega, la mama de Ruth, que le cortaron las piernas del pantalón y se llevaron el resto, los tipos se hicieron una bermuda en el acto.
Cuando entré a casa, mi cara decía todo. No lloré, de eso me acuerdo perfecto, no podía llorar de la bronca. Sentía culpa, porque mi vieja siempre me decía cerrá el portón con llave, un día de estos nos vamos a llevar una sorpresa.
La mire a mi mamá y le dije, no encuentro la bici, fui al kiosco y no está. En la verdulería no está. Me miro y pregunto ¿Donde la dejaste? Acá, le dije, en el garaje!!
Te la afanaron, dijo mi hermana.
Mi mamá, me miro, un poco enojada y otro poco triste. Movió los labios, con los ojos clavados en mí, como largándome un sermón, pero en silencio, entendió que yo estaba mal y la mejor manera de putearme, solidarizarse, enojarse y todo eso fue gritando.
-          La Tortuga, yo te dije, las tortugas traen mala suerte!!!!

Mi Vecino.

Luego de ese arrebato de felicidad que un desconocido se atrevió a cometer, mi vida pasaba de a pie. Seguía con la rutina, los mandados, amigos, el fulbito de arco chico en la calle, pero con un peso, que mucho no lo percibía, pero quienes me conocían lo notaban.
Cuando iba a lo de Pochi, a la verdulería o al kiosco, siempre miraba para todos lados, con la esperanza de ver a alguien con mi bici. Esa era mi estrategia, no buscarla, sino estar atento. En algún momento me iba a cruzar con el tipo que me afano la bicicleta.

En el barrio se acostumbraba a pedirle cosas prestadas al vecino. Que sé yo, si por ahí te quedabas sin yerba, azúcar harina o supongamos que solo necesitabas un huevo, lo pedías prestado y después cuando comprabas o hacían el pedido lo incluías en la lista para devolverlo.
En la cuadra todos nos conocíamos, bah la mayoría, había tres familias que no se hablaban con nadie y los de en frente, los García, que no eran muy tratables,  ahora que lo veo a la distancia, las viejas del barrio se encargaron de estigmatizarlos y cargaban con la condena de ser llamados "los locos".
Martin, vivía casi en frente de casa, en diagonal cruzando la calle. Era al primero que pasaba a buscar, ya sea para jugar a la pelota, perder el tiempo o para que me acompañe algún lado.  En una de esas tantas veces, mientras cruzaba la calle, Susana, la mamá de Damián, que era mi vecino de al lado, me llama. Me dice – ¿Pablo, que haces? Nada le digo, voy a buscar a Martin, está Damián? No, no está, pero vení un minuto, pasa por el portón.
Le hice caso, como no iba a hacerle caso. En el barrio se daba una relación entre los vecinos muy particular, si el padre o madre de alguno de nosotros decía algo, todos hacíamos caso, por respeto y también porque sabíamos que nuestros padres lo aprobarían. Ni hablar si las palabras salían de la boca del abuelo de Martin, Don Marcial. Si el te decía algo, ni mu! Nada, calladito la boca! Una vez me llevo hasta casa, abrió la puerta, me mando a la pieza y le dijo a mi hermana, el está en penitencia! Y así fue, me quede toda la tarde encerrado.
Bueno, resulta que entré a la casa de Damián, y Susana me dice que la acompañe hasta el patio. Mientras, me contaba que al ruso (Damián) los reyes magos le habían traído una bicicleta nueva y que la otra ya no la usaba. Apenas terminó de contarme eso, corrió una lona azul que tapaba a la antigua bici Cross del ruso y me dijo – Toma, quédatela. Ínflale las ruedas y arréglale los frenos sino te vas a hacer pelota. Susana, era una de las personas que notaron mi bajón luego del robo de mi bici roja. También sabía que mis viejos no podían comprarme otra de un día para el otro.
La acepte sin pensarlo. El entusiasmo del momento era tan grande que le dije gracias y corrí hasta casa para contarle a Mama que Susana me había regalado una bici. Ahora tenía una nueva, nueva para mí, pero que importa? Tenía bici otra vez y era una Cross, de esas bajitas con las que podes andar por todos lados, por el barro, la tierra, las piedras y nada te detenía!
Mi vieja, me dio plata y la llevé al ciclismo para que le pongan los cables nuevos de los frenos, le centren las ruedas y la dejen 10 puntos para enfrentar todas las nuevas aventuras todo terreno en las que me pensaba embarcar.
Un gesto de mucha nobleza y bondad el de Susana y también del Ruso, después de todo la bici era de él. Una vez hablando con los chicos, les comente que hice un willy con mi bici, bah en la del Ruso, me retracte. Damián me miro y me dijo – Que mía!! Es tuya si te la regale!

La Cruzada Roja
Con bici nueva y todo terreno, ya nada me detenía. Una vez mas, cada paseo era una aventura y como esta era mas bajita que la roja de carrera, podía hacer piruetas e incluso pedaleaba parado y saltaba en rampas imaginarias, subía y bajaba cordones.
La rutina de los mandados  estaba intacta,  pero levantaba la apuesta. Me iba a una verdulería que estaba un poco mas lejos, o a la carnicería. Lo que no cambiaba era el almacén de pochi y el kiosco de los abuelos, eso no se negociaba.
Una mañana mamá me dice. ¿Te animas a ir a la casa de Elba? Pensé unos segundos, porque era lejos, superaba las 30 cuadras, pero recordé que una buena parte del trayecto era por un camino marcado en el campito que lindaba con la cancha del club La Armonía y después era todo calle de tierra, por lo tanto, qué me podía pasar si tenía una bici Cross!!??
Claro, le dije. ¿Qué le digo? Nada, dijo mi mamá, llévale esto que se olvido el lunes y  seguro lo necesita.
Elba, era una ex compañera de trabajo de mi vieja. Era  buena gente. Recuerdo que tenía una hija con un retraso o una enfermedad y dos por tres se escapaba, hacían la denuncia y le avisaba a todas las amigas para que estén atentas, por si las moscas. También recuerdo que era muy humilde,  de pocos recursos, muy laburadora,  tenía un rostro serio, parecía siempre triste.
Partí hacia  la casa de Elba  para llevarle una bolsita con cierres y telas. Mamá sabía que ella no podía ir a buscar las cosas a casa, no tenia como y se le complicaba con la hija, de hecho, cuando pasó a saludarla lo hizo porque estaban de pasada en el auto del yerno.
Llegué y Ella estaba afuera, en un patio que se anteponía a la casa colgando ropa.
-          Hola Elba, mamá me dijo que te de esta bolsita.
-          Hola Pablito! Dijo, forzando una sonrisa. Te viniste en bicicleta desde tu casa? Me Preguntó.
-          Si! igual no es tan lejos, vine rápido. Le dije canchereando, mientras habría una puertita de madera  que separaba la vereda del terreno.
Elba me ofreció agua. Por suerte, porque ya no tenía manera de mantener mi postura ganadora ante la distancia recorrida. Entramos, me senté. Una casa humilde, con cortinas improvisadas que oficiaban de división entre los ambientes.
Estuve unos minutos sentado, hablando con la señora. Me contaba que en la bolsita, tenía unos cierres para arreglar unas camperitas de una vecina y que como estaba sin trabajo con la costura la  peleaba y que el marido tenía una changa, de no sé qué cosa. Sinceramente, solo la miraba. Tengo tres hermanas y una madre, eso me  dio un ejercicio excelente para mirar a las mujeres y simular que les presto atención, mientras me pierdo pensando en cualquier cosa.
Hay respuestas de molde que salen naturalmente, lo que no aprendí es a ser cortante. El molde que diseñe inconscientemente siempre sirve de conector, por lo tanto, termino inventando una excusa para escapar de ese tipo de monólogos. No sé cuál fue el motivo que le planteé, pero quedo claro que debía irme.
Salimos al patio. Elba seguía hablando, nunca sabré de qué, pero hablaba.
Fui hasta la pared en la que había dejado apoyada mi bicicleta y en ese ángulo, en esa nueva visión del escenario, del patio de la casa de Elba, veo una bicicleta roja. Era de carrera, Roja, brillante, con el manubrio tipo cuernos como para cortar el viento. Si una como la que aquel  dos de diciembre alguien la tomo como propia.
Ya nada me rodeaba, estaba solo yo y ella. Fui, la miré, la di vuelta, la revise bien. Sabía que sí,  que era mi bici 0 Km, podía identificarla era mía, hay cosas que uno no se olvida, hay marcas que con el tiempo de convierten en huellas.
Elba me pregunta – Te gusta? Si se parece mucho a una que yo tenía, le respondí.
Como que tenias? Preguntó. Sí, me la robaron.
Ella se rió y medio burlona me dijo – ayy Pablito, esa es de mi yerno, el novio de mi hija la del medio. Se la compro hace unos días.
Está bien pero me resulta familiar, le respondí. Una respuesta de molde, pero de molde televisivo.
Me despedí, callado. Prometí a Elba darles todos los saludos y besos a mamá y a mi familia que ella les mandaba.
Tenía una sola certeza. Debía llegar a casa e iniciar el operativo de recupero.



El Dodge 1500.

Nunca pedaleé tan rápido como ese día. Quería que la corona tenga el triple de dientes y el piñón sea tan pequeño como un anillo para ir más rápido. Debía hablar con mi mama, contarle lo que pasaba. Estaba seguro esa era mi bicicleta!! No tenía ni una sola duda!
Ni me acuerdo si agarre el mismo camino, solo pedaleaba. Por suerte Elba me había dado agua y estuve un rato sentado, eso me ayudo a recuperar energías.
Las cuadras eran eternas. Por momentos sospeche que alguien había corrido el barrio, no podía tardar tanto, había pensado mil estrategias y aun no llegaba a la Avenida Don Bosco.
Apenas llegué a casa, arroje la bici Cross en el zaguán,  en el barrio les decíamos el porche. Como todas las casa eran iguales y alguien alguna vez dijo que eso se llamaba porche, todos les decíamos porche y listo.
Abrí la puerta, desesperado, llamando a mi vieja a los gritos y con el poco aire que me quedaba le dije – Mama encontré la bicicleta!!
Qué Bicicleta? Preguntó. La roja!! La de carrera, la que me regalo Mary!! Le respondí, casi insultante. Le dije, está en la casa de Elba, tu amiga, recriminándole que su amiga, esa a la que ella ayudaba tenía mi bicicleta.
Pablo vos estás loco!! Mira que Elba te va a Robar la bicicleta!! Que sea pobre y viva en un barrio humilde y carenciado no quiere decir que sea ladrona!! Vos no sabes quién es Elba!!
No paraba nunca de hablar. Cuando la quise interrumpir elevó el tono. Por suerte la escuche, esa fue una gran enseñanza, un concepto que mantengo y repito, “que sea pobre y viva en un barrio humilde y carenciado no quiere decir que sea ladrona”.
Le conté que la bici la había comprado el yerno de Elba, eso me dijo ella y que podía ser una casualidad,  pero que esa era mi bicicleta.
Con mucha razón mamá defendió a su amiga con un argumento muy cierto. Hay miles de bicicletas rojas, de carrera y que las fábricas de bicicletas son muchas, por lo tanto yo no era el único que tenía una bici roja.
No podía perder esa batalla, no pensaba abandonar mi cruzada y no sé si es un proverbio chino o cual es el marco que se le puede dar, pero me vi obligado a retroceder dos pasos para avanzar varios casilleros. La confesión llegó.
-          Mamá yo te voy a contar por qué sé que esa bicicleta es la mía!!
Con algo de culpa me confesé, en realidad  no había mucho para confesar, después de todo la bici era mi y con ella podía hacer lo que se me cante, sino para que me la regalaron. Si no es así que me la presten y ahí la cosa es diferente, pero no la bici roja me la regaló mi hermana y ella me dijo que era mía así que  lola!!
Se lo cuento, pensé  y si no le gusta mala suerte! Yo no le digo a nadie que debe hacer con sus pertenencias. Es mas, todo lo que tenia para decirle, terminaba dándome la razón sobre mi hipótesis de que esa era mi bici, no sobre que había sido Elba.
No me imaginaba a Elba abriendo el portón y llevándose la bicicleta.  
Antes de esbozar todos mis argumentos, debo admitir que hice una jugaba muy inteligente. Le recordé a mamá que ese día su amiga del alma, fue a casa con el yerno y por esas casualidades que tiene la vida, el yerno compró justo la bicicleta a que a mí me habían robado.
La respuesta fue inmediata. Hasta ahí no tenía ni una sola prueba de que esa nave colorada era mía. Verdad, no alcanzaba con eso. Así pensé, es la hora de la verdad, sino habló ahora pierdo todo lo que avance y encima quedo como tarado con Elba y con mi mamá, eso sería lo mas doloroso, perder una discusión con mi mamá cuando sabía que tenía razón. Total quedar mal con Elba,  no me importaba, para mí era la mala de la película y no me interesaba quedar bien con el protagonista malo. Aun hoy me pasa, a pesar de las lecturas un tanto rebuscadas que hago para defender a mis buenos.
Mira mamá, le dije. En la horquilla, tiene una manchita verde, que sin querer le hice el primer día, cuando la apoye en el paredoncito del frente de casa.  En la cubierta delantera, le falta un pedacito de la goma, porque le quise arrancar unos de los pelitos que trae y evidentemente vino fallada y se salió algo más que el pelito. En la parte de atrás, tiene un rayón, porque cuando fui al kiosco de los abuelos, no frene y la rose con el paredón del frente del negocio y hay un rayo en la rueda de adelante que esta doblado. No sé cómo se dobló pero está doblado, seguro vino así de fábrica.
Mamá me miró, seria, Pablo, todo eso le hiciste a la bicicleta en 4 días??¿A vos te parece tratar así las cosas? nunca te va a durar nada!! Si se entera tu hermana se va a enojar.
Suspiré! Batalla ganada. No había más discusión, ahora los dos hablábamos de lo mismo, de mi bicicleta en poder de Elba, bueno, no, en poder del yerno de Elba.
Lo que no esperaba era la reacción de mi mamá. Le daba cosa, ir a la casa de la amiga a reclamar algo que me pertenecía, eso fue lo que me dijo, textual. Prefería que llegue mi papá para encarar la situación.
Sabía que el tiempo corría. En mi cabeza ya surgían  pensamientos sobre los rápidos movimientos que el enemigo tomaría para esconder su delito y salir con la suya tal como lo hizo la primera vez. Era vida o muerte, ellos o yo, mi bicicleta o la frustración eterna de ver como se me escurría entre los dedos la posibilidad de resolver un caso policial y que encima me tenía como protagonista damnificado. En ese mismo instante estaba inmerso en una película policial, una historia que requería de un justiciero que ponga las cosas en su lugar, alguien que en nombre del bien imponga su postura.
A quien recurrir? Papá llegaría en al menos tres horas, para ese entonces la bicicleta sería un triciclo y de otro color. A mis amigos, a quien mas? Cruce la calle. Pero Martin no estaba. El ruso tampoco y cuando estoy saliendo de la casa del ruso lo veo a Beto. El gran Beto  Squadroni. Un jugadorazo!!
Beto, un flaco flaco, muy divertido, ocurrente, fierrero y futbolero. Juagaba de 5 en Liniers. Era el que nos salvaba los partidos con los pibes de la otra cuadra. El único que tenia calidad futbolística en serio,  el que la pisaba, el tipo que tiraba el pase perfecto para ver como cualquiera de nosotros se encargaba de hacer de esa belleza los mas repudiable que se podía ver en la historia del fútbol mundial.
Deci que en el arco lo teníamos a Walter, el hermano de Beto, que se atajaba la vida y por ahí sin querer  hacíamos un par de goles y Walter se atajaba alguno de los otros y listo, salvábamos el partido. Aunque debo reconocer que el Ruso, que era un pichero, a veces se inspiraba y le pegaba derecho a la pelota y encajaba algún que otro gol. Después Martin, bueno, estaba dotado para otras cosas, ahora es actor y toca el bongo, con eso les digo todo.
También estaba el negro, Javier, que ponía voluntad y algo la pisaba y Nico Arce, un muy buen defensor,  y si jugaba al medio con Beto, nos asegurábamos el empate como mínimo.
En fin. La cosa es que le cuento a Beto como viene la mano. Esos son amigos, entró a los perros agarró su bici y me acompañó. A dónde? A la Comisaria!
Si fuimos a la Quinta, que esté en Av. Don Bosco apenas cruzas el canal Maldonado. Creo que Beto estaba mas entusiasmado que yo. El tipo no lo dudó, de una me dijo sí! Vamos!
Cuando llegamos a la Comisaria, entramos las Bicis al Patio, no sea cosa que recuperemos una y perdamos dos.
Nos paramos en el mostrador que hay en la recepción, que nos llagaba hasta la frente. Nos atiende un policía y le conté todo, con detalles. Me tomaba una fracción de segundos para tomar aire y seguir con el relato. El tipo me miraba y claro lo primero que me preguntó fue donde estaban mi mamá, mi papá por qué fui solo? Seguí la historia, hasta el detalle de  los horarios de trabajo de mi viejo para que entienda y la actitud repudiable de mi mamá. Mi miró, giró la cabeza, miró a Beto y le preguntó,  vos quien sos? Soy amigo de él, dijo Beto.
Medio inseguro, el policía llamó a otro,  para que escuche la historia. Una vez mas a contar todo para que alguien me ayude, hasta ahí éramos dos Beto y yo contra toda una organización criminal, seguramente armada, que se dedicaba a robar bicicletas.
Una de las precauciones que tomé cuando me fui de la casa de Elba fue mirar bien la dirección, la memorice mejor que el grito desopilante de los Thundercats.
Los policías se miraron, y uno le dice al otro. Che vamos? Y dale, vamos respondió el compañero.  Me veo en la obligación de transportar esa escena a Tino y Gargamuza.
Nos invitaron a pasar al patio. Cruzamos por donde están los calabozos, abrieron la puerta de atrás de una patrulla y subimos.
Quien lo iba a pensar. Cuando era chico, veía a un policía y me iba corriendo a casa, les tenía miedo, venia una patrulla me escondía, hoy me generan rechazo, pero esa es otra historia.
Íbamos  en el asiento de atrás de  un Dodge 1500. Beto me codeaba y me decía por lo bajo esta hecho mierda, pero también me señalaba la radio y otros chirimbolos que le colgaban.
Beto sabia de Dodge 1500, porque el abuelo tenia uno y la tía otro. Impecables ambos, así que él podía diferenciar bien entre lo que era un milqui sano y otro destruido.
A mitad de camino, se vino otra pregunta obligada. El copiloto me dice, Che pibe, estás seguro que esa bici es tuya? Si claro le respondí. Le detalle cada una de las marcas que tenia y la historia de quien me la había regalado y demás. Qué me dijo el tipo? Euuuu  todo eso le hiciste en 4 días??
Acaso hay una tabla de lo que se le puede hacer a un objeto en una cantidad de días determinados? Si la bici es mía,  que te importa lo que le hago o no? En todo caso que me lo diga mi hermana que fue quien la pagó , pero vos? Que no sé ni cómo te llamas, a quien te comiste para decirme eso? Claro, no le dije nada, simplemente remate con un sí, bastante timorato.
Cuando llegamos a la casa de Elba, tendrían que haber visto la cara de esa mujer. No lo podía creer. Yo bajando de un patrullero con dos policías reclamando mi bicicleta, que estaba ahí, en el mismo lugar que cuando me fui.
El policía no me dejó hablar con ella, me apartó, me llevó hasta la bicicleta, me pidió que le muestre las marcas para corroborar mi historia, mientras el otro se encargaba de hablar con los adultos. Luego me dijo que vaya hasta el patrullero. Los dos uniformados hablaban con Elba y el marido. Cuando podía, ella estiraba el cuello y me miraba por encima del hombro del oficial. No note enojo, después de todo  aseguraba que la bicicleta no era de ella.
Beto,  seguía sentado en asiento de atrás, ni se bajo.
Uno de los policías me dice. – Bueno, te animas a llevarla hasta la comisaria? Mi cara cambió, en realidad sospecho que hice algún gesto, porque el policía me sonrió y me dijo, total vos ya la conoces y sabes el camino.
Una vez mas estaba pedaleando en mi bicicleta roja, la veloz, la de carrera, esa que alguna  vez fue ultrajada. Solo tenía que bajarle un poco el asiento y bajarle el manubrio. Los cuernos de las bicis de carrera van para bajo, no sé por qué algunos insisten con darlos vuelta. Cómprate otra bici, pero no pongas los cuernos para arriba, así nunca vas a cortar el viento.
Cuando llegué a la Comisaria, Beto se había ido, le dejó dicho al policía que se tenía que ir porque no la había avisado a la mamá y si no llegaba rápido lo retarían.
No termina acá la cosa. Yo pensé que estaba todo cocinado, que la bici me la llevaba a casa, pero no fue así. Gran desilusión sentí cuando el que manejaba el Dodge me dijo. -Bueno déjala en el patio y vemos como sigue.
Me dijeron  que a la tarde vaya con mi  papá. Le pregunte si podía pasar a buscarla, después de llevar la Cross a casa, pero me dijo que no. Que la bici se quedaba en la comisaria porque faltaban unos trámites, pero que mi papá se presente si o si.
Mientras, uno que estaba atrás de un escritorio le pregunta al  copiloto. - Che y quien era el que tenia la bicicleta? El otro les responde con un apellido, no recuerdo como era, pero si me quedo grabado que repreguntó. Cual, el  de calle Catamarca? Si ese, dijo el copiloto.
Riéndose el del escritorio dijo – Y ese nos quiere hacer creer que la compró? Ese no compra nada, que va a comprar?.
Esa tarde mi viejo fue a la comisaria, pero no estaba la persona a cargo, así que lo citaron para el otro día, igual le avisaron que el supuesto comprador de la bici ya había estado en la comisaria y que dijo que se la había comprado a un tal Juan Olla.
Ese apellido nunca me lo voy a olvidar, no por la bici, sino porque era le primera vez que lo escuchaba. Lo primero que hice en mi mente fue llevar el objeto al hombre a la persona y me lo imaginaba acorde a su apellido, esas asociaciones que hacen los chicos, lineales y ocurrentes por cierto.
Al otro día volvimos con mi papá. Le hicieron firmar unos papeles, presentó la factura de compra de la bicicleta, mientras el policía se quejaba que antes la bicis traían un numero de cuadro grabado y era mas fácil corroborar si era o no, pero que las nuevas las hacen así nomas, por eso es un quilombo, todos los días afanan  bicicletas y  qué sé yo y qué sé cuánto.
En un momento el mastodonte vestido de azul se para, acomoda la panza para que le quede encima del cinturón y nos dice, acompáñenos. Nos guió hasta el patio. Ya conocía el camino, porque con Beto pasamos por ahí, con la diferencia en esta vez el calabozo no estaba vacío.
Llegamos al patio y me dice bueno pibe, acá tenes tu bicicleta. Ni en pedo lo espere a mi viejo. Me subí y salí. Una vez mas mi bicicleta era mía, en realidad siempre lo fue, pero no podía andar.
Cuando llegué a casa mi vieja me dio un beso, nada había pasado entro nosotros dos. Yo la entendí y ella como siempre me entendió.
Deje la bici roja en la pared, justo ahí donde está la canilla que siempre gotea, fui hasta el fondo agarré la Cross y fui a lo del Ruso, él no estaba, pero si Susana. Me miraba y se reía, no sé si era alegría o qué, pero le agradecí y le devolví la bici. Con mi escaso vocabulario, propio de un chico de 8 o 9 años le expliqué que ya tenía mi bici nueva y que esa le podía servir a otra persona, después de todo para qué quería yo dos bicicletas, si con una alcanzaba.
Cuando salgo de la casa de Damián lo veo a Beto que sale de su casa y se sienta en el paredoncito, claro, lo primero que hago es cruzar la calle.
Me dice, che me fui porque sino mi vieja me mataba! Y sigue, no sabes cómo veníamos en la patrulla!! Volaba!! Que rápido que anda ese Dodge 1500! La verdad que entre ese y el de mi abuelo me quedo con el de la policía, así hecho mierda, pero como va, nada que ver con el de mi abuelo.

Y si, Beto era fierrero.