En el barrio solíamos organizar partidos de fútbol con los
pibes de la otra cuadra. En realidad, no era tan lineal, porque los de la otra cuadra no llegaban a
formar un equipo, así que el planteo era, los de Adrián Veres desde la
intersección con Harrinton, en aquel entonces la calle se llamaba Vandor, en
numeración ascendente formábamos parte
de un equipo y de Harrinton hasta Sixto Laspiur, donde terminaba el
barrio, otro .
Nosotros llevábamos las de perder en cuanto a la cantidad de
jugadores, porque solo nos quedaba una
cuadra y después todo era descampado. En cambio, los otros, disponían de tres cuadras y como eran un mas piolas, tenían mas amigos, así que se daban el lujo de
elegir y tener suplentes. Nuestro equipo era acotado, en número
y en calidad.
Cuando la disputa era entre las dos cuadras el escenario era
la placita del barrio. A la vista de todos, como exponiendo el duelo, una
especie de medición abierta al público. Publico que nunca tuvimos, porque los
partidos no los miraban ni nuestras madres.
Lo bueno de jugar en la plaza era que el piso estaba mas o
menos parejo, había pasto, un poco de tierra y por sectores encontrábamos
manchones de gramilla, pero lo mejor y que la diferenciaba con la calle, era
que si pensábamos una cancha medio torcida y en diagonal, los arcos estaban
formado por una sola piedra y el otro
palo era un árbol.
Dicho de esta manera, parece precario, pero la existencia de
un palo mas o menos rígido hacía rebotar la pelota y alguna rama servía de referencia para anular goles según la conveniencia de cada uno, por considerar que en un arco normal esa
pelota pasaría por encima del travesaño.
El campo de juego siempre estaba ubicado cerca de la vereda de
Adrian Veres, entre las calles Islas Malvinas y Bélgica, por lo tanto teníamos
que tener cuidado de dos cosas. La primera era la la
línea 512 de colectivos que ingresaba al
barrio y la otra, la segunda era la mas brava, esa que nos preocupaba, la casa
del “Loco Gimenez”.
La casa de Gimenez estaba justo en frente del centro del
campo de juego y siempre algún animalito de Dios, pateaba con entusiasmo y tan
poca calidad que la pelota cruzaba la calle.
El “Loco Gimenez”, tal como lo llamaban los viejos del
barrio era un tipo callado. No tenía trato con nadie, excepto con los
comerciantes de la zona que no tenían otra opción mas que atenderlo como a cualquier cliente.
Le teníamos terror al loco. Ni por la vereda pasábamos. Alguna vez, mientras estábamos en la plaza,
lo vimos salir y gritar, gesticular como
puteando al cielo por unos segundos, luego se metía en la casa. No sabemos qué gritaba, pero lo vimos.
Por qué le decían el loco? El tipo, era una metalúrgico como
la mayoría de los padres de familia del barrio. Parece que trabajaba en un taller y un compañero lo molestaba, lo cargaba, le
hacía bullyng como se dice ahora. Gimenez un día se hinchó las pelotas, le partió la cabeza con una llave stilson y lo
mató. Estuvo unos años en cana. No conozco los pormenores de la causa, pero se
decía que lo había declarado insano
mental y que por eso quedó en libertad. Le tramitaron la pensión y los
del sindicato lo ayudaron a ingresar al crédito del Banco Hipotecario para
hacerse con una casa en el barrio.
Claro que esta historia
solo tiene como sustento los cuentos de los viejos, porque algunos decían
que no lo había matado, que no era una llave stilson, sino una francesa y otros
que simplemente fajó a su compañero y lo rajaron del laburo. La cosa es que
Gimenez quedó como el loco y esa cruz
quizás la lleve en su espalda hasta estos días.
Tanto cagazo le teníamos que a pesar de que pasaban las
semanas todos nos acordábamos quien fue
a buscar la pelota alguna vez y cuando por desgracia caía en el jardín del loco, levantábamos la mano y gritábamos, “Yo fui el
otro día!!”.
Las casas eran todas iguales y el frente tenía un jardín de
dos o tres metros y después estaba la puerta de ingreso a la casa y a la misma
altura el portón del garage, así que la pelota siempre caía mas cerca de la
vereda que de la casa y el que iba a buscarla,
pasaba corriendo, la manoteaba y salía para que nadie lo vea.
Gimenez no tenía
auto, así que en el garage había montado un taller metalúrgico chiquito, muy de
barrio. No le entraba laburo, nadie le llevaba trabajo para hacer, pero lo tenía.
A veces dejaba el portón abierto y se veían las herramientas, una mesa de trabajo bastante oxidada y un montón de chapas y porquerías
amontonadas en el patio.
Evidentemente la pensión no le alcanzaba y como el taller
no le dejaba un mango, intentó torcer su suerte económica y puso una verdulería.
Su nuevo emprendimiento no funcionó. No vendió ni un kilo de tomates, ni una
planta de lechuga, nada. En una semana la cerró. En la vereda reposaban los
cajones con toda la mercadería podrida a la espera que pase el camión de la
basura y levante los vestigios de su
intentó por levantar cabeza.
Una tarde acordamos jugar con los de la otra cuadra. El
escenario era el mismo, la cantidad de rondaba entre los seis o siete por
equipo, en fin, todo igual.
No puedo precisar el marcador, pero supongamos que el equipo de mi cuadra
llevaba alguna ventaja sobre los adversarios. Tampoco recuerdo quien fue el
culpable de que la pelota cruce la calle sin siquiera hacer un pique. En cámara
lenta veíamos como se por el aire, paso los limites de los dos cordones cuneta
y cayó en la vereda, con tanta, pero tanta mala suerte que al picar superó por
apenas un centímetro un parendocinto que dividía el jardín de la casa del Loco
Gimenez con el espacio público. En el nuevo vuelo, por cierto menos intenso y mas
corto, el esférico choca contra un rosal seco y se desvía hacia el portón.
Parados, atentos mirábamos el cauce de la pelota. Luego de
chocar la planta, toma un nuevo rumbo. La desgracia la acompañó, porque llegó al
portón y una vez mas por un solo centímetro
no rebotó e ingresó al garage. En el último tramo de su recorrido,
impacta contra el piso y se queda ahí, inmóvil, muerta, a unos cincuenta
centímetros dentro del taller del loco.
Nos miramos en
silencio y entendimos que estábamos en un problema!. Nuestra pelota que
parecía un globo, esa horrible de gajos largos marrones y blancos estaba en la
adentro de la casa del tipo que había matado a su compañero de trabajo por hacerle
una broma. Era lo que sabíamos, porque nosotros solo estábamos al tanto de ese,
pero si se cargó a uno, por qué no podían ser dos, tres o quién sabe cuántos.
El paso siguiente era definir a quien le tocaba la terrible
misión de recuperar aquel elemento esencial para continuar con el partido.
- Ya fui la semana pasada!! Gritaron tres del otro
equipo en coro! Como buenos cagones y
pecho frio que son se retiraron
de la cruzada.
A los míos no los voy a calificar
de la misma manera, pero increíblemente todos había ido alguna vez.
Me quedé callado, apoyado en el
árbol de nuestro arco, me hacía el boludo como perro que pateó la olla, hasta
que uno de los chicos dijo. - Che Pablo,
vos no fuiste nunca.
- - No es cierto!! me defendí. Pero a la hora de
argumentar hice agua. Había pasado mucho
tiempo, así no pude exponer ni un solo dato consistente en mi defensa.
Así fue que con la cabeza agacha, di mis primeros pasos, hasta la vereda
antes de cruzar la calle, pues mi mirada
debía centrarse en el objetivo.
Llegué a la casa de Giménez y entré al espacio previo al garage. Tomé
aire. Con los pulmones llenos crucé el marco del portón. Cada centímetro fueron
cien metros, cuando con la uña de mi dedo índice izquierdo alcancé la pelota
aparece de la nada la figura de un hombre.
- - Qué buscas? Me dijo. No conteste. Con un chancleteo lento se acercó, ahí lo ví! Era
el loco
Giménez. Con una musculosa negra
que no llegaba a cubrirle el abdomen y una pantalón corto medio deshilachado,
creo que de Boca.
- - Hola. Le dije con un tono muy temeroso, y un
poco exagerado. Se nos cayó la pelota. Continúe.
- - Y Por qué no me la pedís o en tu casa no te
enseñaron a golpear la puerta, tocar el timbre o simplemente pedir permiso.
Como sé que venís a buscar la pelota y no otra cosa?. Me preguntó el loco.
El esférico dejó de ser mi preocupación. Enderecé mi cuerpo y me preparé
para salir corriendo. Pero no podía esfumarme, él estaba muy cerca, una vez
mas, tome aire y le respondí.
- - Perdón, no quería molestarlo. Agarro la pelota y
me voy.
- - Vos sos de la última cuadra de Adrian Veres ,
no? Preguntó.
- - Si. Estamos jugando en la plaza con los chicos.
El tipo nos tenía fichados. Sabía de nuestro miedo, sabía que le decíamos el loco Gimenez y
siempre cruzábamos la calle para no pasar por su vereda. Sabía todo eso, porque
durante años sintió en carne propia el ninguneo de todos y cada uno de los
habitantes del barrio.
Imagínense un barrio de doscientas cincuenta viviendas y si en cada casa
viven como mínimo cuatro personas, al multiplicar resultábamos mil vecinos con los que él se cruzaba habitualmente. Mil que lo ignoraban, le temían o lo despreciaban
sin motivo alguno.
El loco la tenía muy clara, se acercó mas y me agarró del hombro. En ese momento cerré los
ojos esperando un golpe, un apretón o lo peor. Nada de eso sucedió.
Miró para la plaza, fijo su mirada por unos segundos y luego me dijo
- - Che pero son impares! A un equipo le falta uno.
- - Si, nosotros estamos con uno menos.
Gimenez agarró la pelota, cruzó la calle
y apenas piso la vereda de la plaza, en dos pasos revoleó las ojotas y
gritó.
- - Yo juego para ellos. Ahora estamos igualados!!
Ese
partido lo ganamos por goleada, creo que si algún día me reencuentro con los
pibes del barrio esa anécdota copará la mayor parte de las charlas. Mamita!!
Como la pisaba el loco GImenez!! Que lo pario!!