Nací en el 78, en Bahía
Blanca. Si, soy de esos desafortunados que nació en una época horrible y después
del mundial. El zodiaco o las apetencias sexuales de mis padres me robaron la
jactancia de haber visto a Argentina Campeón del mundo. Hasta los 6 años viví
en Alvarado al 600, en un PH viejo y oxidado que alquilábamos a la inmobiliaria Bataglia.
Un Torino blanco se estacionó en la puerta. Bajaron dos
milicos con sus cascos verdes puestos a
pedir documentos. Sabía que no me molestarían, entendía que no era conmigo,
pero aún así salí corriendo. Les tenía miedo, desprecio. Algo en había en ellos
que no me gustaba. Yo apenas era un gurrumin de 3 o 4 años.
El turco los recibía
amablemente, era el dueño del bar, era su negocio, sabía que si tenía un
comportamiento amable, él y sus clientes
no tendrían problemas.
Cómo sería el cagazo que les tenía, que cada vez que estos tipos de verdes caían
en el bar “El Turco”, salía corriendo despavorido para mi casa y dejaba la Coca llena, recién abierta. Mi viejo no se
movía de su silla, tampoco impedía mi huida. Él se quedaba con sus amigos
jugando al truco.
El refugio era mi vieja.
Salía del bar, caminaba apenas cinco metros hasta llegar a la puerta del
pasillo y luego corría sin parar esos 30 metros que separaban mi casa de la
vereda. Localizaba a mi vieja y me abrazaba a su pierna. Ese era mi refugio.
Le contaba que otra vez habían entrado los tipos de verde. Mamá guardaba
silencio y me acariciaba la cabeza.
Hoy ya no corro. Pero
ando con algo de miedo. No tanto por mí, sino por el conjunto de la sociedad,
pues la impronta de esos cascos verdes siempre encuentra la manera de hacerse
presente.
Un día después de la navidad del 85 no mudamos al barrio. No
sé por qué mis viejos decidieron
estrenar la casa en esa fecha, sospecho que para no pagar el alquiler del
departamento viejo y corroído que alquilaban en Alvarado al 600 de Bahía Blanca
y así arrancar enero con el pago del crédito hipotecario. Hoy, prefiero pensar
que fue algo mas romántico como arrancar un nuevo año en una nueva casa, en una
nueva vida, saber que cuando terminásemos de acomodar todos nuestros petates estaríamos
celebrando el nuevo año y el sueño cumplido de la casa propia.
No me quiero detener en la descripción de la casa, el barrio
y todas esas cuestiones, porque creo conveniente por la fecha, hacer referencia
a las fiestas de fin de año.
Recuerdo que no estábamos muy acostumbrados a incluir a
nuestros vecinos a nuestra vida cotidiana. El PH de Alvarado estaba en un pasillo con
cuatros departamentos. En el derpa uno vivía la hija del turco. El turco era el
dueño del bar que estaba justo al lado de casa. Recuerdo que era medio amigo de
Carolina? Romina? La nieta del turco, pero entre las familias no había
demasiado trato, solo mi viejo era amigo del turco y no estaba mal. También me
haría amigo del dueño del bar.
Nosotros vivíamos en el departamento dos. Una construcción
antigua, en forma de chorizo con tres habitaciones muy parecidas, de las que
dos eran piezas y una el comedor. Sobre un extremo estaba la cocina y sobre el
otro el baño. Todas las reparticiones, incluyendo el baño, daban al patio.
En el departamento tres, vivía un canillita, su esposa Berta
y dos hijos. No recuerdo el nombre de los pibes, solo recuerdo que la mayor cumplía años un día después que yo y el mas chico se hacía llamar “El Toro”,
porque así lo llamaba su papá.
El departamento cuatro estaba habitado por un hombre mayor.
Nunca supe su nombre, nunca supe a qué se dedicaba. Amable él siempre saludaba
y hay un dato que no quiero pasar por alto, era el único que tenía teléfono,
así que por cualquier emergencia lo molestábamos
para llamar o recibir llamadas.
Resulta que el uno de enero de 1986 a las 00:05 golpean la
puerta dos personas. La puerta estaba abierta, así que luego de golpear entran
y se presentan como los vecinos. Eran Susana y Carlos, los de al lado de casa.
Carlos, un tipo bueno, humilde, tranquilo, muy amigable. Susana igual que Carlos,
pero con una impronta habladora notable y una risa fuerte, pronunciada, difícil
de olvidar.
Un año mas tarde las fiestas tenían otro color. Los vecinos
ya se conocían entre todos, su juntaban a tomar mate, incluso planeaban algunas
movidas para el barrio. De tanto planificar, el 25 de diciembre de 1986, Carlos
sacó un tablón y dos caballetes a la calle, armó una mesa, sacó su equipo de
música y le sumamos dos parlantes marrones, horribles que teníamos en casa de
un viejo tocadiscos. Así fue la primera fiesta de la cuadra. Claro, la
iniciativa fue de nuestra cuadra y de a poco se sumaron mas vecinos, los que
vivían a la vuelta y lindaban con nuestros patios, los de la otra cuadra, en
fin, todos los que querían asistir eran bienvenidos. Cruzaron autos en las
esquinas y se armó el bailongo.
Cada uno llevaba algo para aportar a la causa y lo ponía
directamente sobre la mesa, sidras, vinos, ananá fizz, algún pan dulce. Dejaban
el aporte en el lugar indicado y a bailar.
Nosotros, los mas chicos, nos afanábamos la sidra que
quedaba en las copas. Esa era nuestra trasgresión. También tirábamos algunos petardos
por ahí o pasábamos el rato jugando, no recuerdo a qué, pero si tengo muy
presente que éramos los últimos en irnos a dormir. Nos quedábamos charlando en
la puerta de algunas de las casas, hasta que el primero del grupo de iba a
dormir se iniciaba el efecto domino… no puedo precisar horarios, pero si es por
el recuerdo de niño, podría decirles que nos manteníamos despiertos hasta las
diez de la mañana, pero siendo de noche. Viste que cuando sos chico las
dimensiones son tan diferentes a las que uno tiene cuando es grande. Es mas,
les diría que nos quedábamos despiertos hasta reyes, pero no , claro que no era
así, de hecho no tengo registro de habernos ido a dormir de día.
Para las fiestas del 87, la cosa cambió un poco, porque ya
nos conocíamos mas y también conocimos a algunas vecinas, así que nos sumábamos al
baile para ver si ligábamos algo o para invitar a bailar a la chica que nos
gustaba. Todo quedaba ahí, porque bailar ya era la conquista. Teníamos ocho o nueve años, mucho mas que bailar no se
nos cruzaba en la cabeza. Quizás algún adelantado le confesaba a la piba que
gustaba de ella y luego vendría el silencio de ambos o la risa de la piba ,
pero no mas.
Había un ritual que nunca voy a olvidar y estaba a cargo de
Carlos. El tipo se ponía una botella de sidra en la cabeza y bailaba con
Susana. Todos aplaudíamos. Fascinados pedíamos la repetición de aquel hecho
majestuoso. Imagínate, nosotros, los mas pibes, que apenas podíamos despegar
los pies del suelo, cuando veíamos a este tipo bailar un Rock and roll como si
él fuese el inventor del género y con una botella en la cabeza, flasheabamos,
porque estos tipos eran nuestros superhéroes. Hacían lo que nadie en el
barrio. Armaban una fiesta, venían todos, éramos la cuadra insignia del barrio
y encima un chango te bailaba con una botella en la cabeza, entendes? El tipo bailaba
con una botella en la cabeza!!!.
En esas fiestas hasta mi vieja bailaba! Mi vieja!!! Mis hermanas estaban en otra, porque ya eran mas grandes que yo y tenían
otras inquietudes, para ser mas claro, se juntaban con pibes mas grandes y
bueno…. Entiendo que no pasaba a mayores, porque como mucho tenían doce o trece
años, peeeero, a esa edad te movilizan otras cosas.
Esta costumbre se mantuvo por uno años, luego Carlos no sacó
mas el tablón con los caballetes, mi viejo no movió los parlante de al lado del
tocadiscos. Eso sí, todos salían con las copas a saludar a los vecinos.
Mientras escribo esto pienso que por ahí no volvimos a copar
la calle porque el entusiasmo de la casa nueva ya había cesado, algunos pasaban
las fiestas en la casa de algún familiar, por ahí algunas diferencia entre vecinos,
algún subgrupo que se armó, que sé yo. Cosas de grandes.
La agresión del Diputado Nacional Francisco de Narvaez, al
periodista de la Agencia Nova, fue
noticia en todos los medios. Con algunos matices, todos se hicieron eco. La mayoría
se refirió al agresor como el Pre Candidato a Gobernador de la Prov. De Bs As,
cuando ante todo es Diputado Nacional.
Uno de los enfoques que más me llamó la atención fue el que
argumentaba, que no se puede decir cualquier cosa escudándose en la libertad de
expresión. Luego de repetir una y otra
vez que se repudia la violencia, acudieron a la nota firmada por el periodista
Mario Casalongue y consciente o inconscientemente parte del periodismo justificó el actuar del
Diputado, aun cuando entre comas aseguraban repudiar el acto.
Llamativo pensar que no se puede decir cualquier cosa escudándose
en la libertad de expresión, ya que si algo asegura este derecho es la
posibilidad de decir y publicar lo que sea, ya que hacer uso de esa facultad no lo exime al portador de responsabilidades ulteriores.
Por otro lado, quien puede atribuirse la potestad para esgrimir una serie de
pautas sobre las cuales debe ejercerse la libertad de expresión? Pues nadie.
Solo la justicia tiene esa atribución una vez hecha pública la declaración.
No tiene demasiada importancia lo publicado si se pone sobre
el tapete del accionar de Francisco de Narvaez. Si nos detenemos en el
contenido de la nota estaremos avalando un delito tipificado en el Código
Penal y asumido por el Diputado, sobre otro que debe ser denunciado y puesto de
disposición de las justicia.
El contenido de la
nota de Casalongue no debería de presentado con la misma jerarquización que los
golpes que éste recibió, de ser así,
podría ser entendido como una excusa y a partir de ahí estaríamos aceptando lisa y
llanamente que la frase presentada como Justicia por mano propia tiene algo de
justicia, que golpear a un presunto delincuente pueda ser disfrazado como un linchamiento,
que por cierto hace meses era presentado
por varios medios de comunicación como una práctica social producto de la
ausencia del estado.
El repudio debe ser claro y acentuar que la agresión fue por
parte de un Diputado Nacional y luego la
justicia hará lo suyo sobre lo que el periodista publicó. Pero no hay que
retroceder ni un centímetro en cuanto a la libertad de expresión. Ceder espacio en este terreno y teniendo en cuenta el rol de
de Narvaez, puede implicar un verdadero peligro a futuro para la libertad de
expresión.
Tampoco se trata de tener un comportamiento corporativista
ni evitar polémicas entre pares, sino de interpretar lo sucedido con la gravedad
que amerita y en un párrafo aparte debatir sobre cómo debe entenderse el
periodismo y su ejercicio.
Quienes con mas autoridad que los familiares de las victimas del atentado a la AMIA para hablar de la causa?
En estos días muchos actores políticos y judiciales se han hecho eco de la causa AMIA, han homenajeado al fiscal Nisman y han reclamado justicia por un hecho que desde hace tiempo, en su mayoría, les importa poco y nada y en ocasiones el interés ha sido inverso a la voluntad de esclarecer los hechos...
Les dejo el comunicado de Memoria Activa sobre el #18F:
¿QUÉ SILENCIA EL # 18F ? Comunicado de MEMORIA ACTIVA sobre la “marcha del silencio”
Memoria Activa entiende que el silencio y el encubrimiento no es algo novedoso en la causa AMIA.
Fue el silencio y la inacción de muchos a los que debemos el estado actual de la causa. Entre otros nos referimos a los convocantes a esta marcha: los fiscales Germán Moldes y Raúl Plee que con su accionar demoraron la causa encubrimiento defendiendo a los procesados en lugar de hacer su trabajo como fiscales y avanzar en las acusaciones.
Memoria Activa denuncio formalmente este accionar dilatorio y contrario a las funciones de un fiscal, desde el año 2013.
La dirigencia de la AMIA y la DAIA también convocaron a marchar en silencio. Otra vez, no nos sorprende. ¿Por qué no acompañarían en silencio, si su vergonzoso comportamiento a lo largo de más de 20 años fue sostener a encubridores, y en silencio los desvíos en la investigación, consintiendo la impunidad.
¿Será que los convocantes la llaman "marcha del silencio" porque durante más de 20 años callaron (políticos, jueces, fiscales, dirigentes) mientras la investigación era presa de intereses espurios al servicio de inescrupulosos?.
Tenemos claro de que la causa AMIA es una pieza en el juego de la política.
Apoyamos la búsqueda de verdad y justicia de los familiares de Nisman, sostenemos que la justicia tiene la obligación de investigar la muerte del fiscal.
Memoria Activa lucha desde 1994 por la verdad y la justicia en el asesinato de nuestros familiares y amigos en la AMIA, yendo incluso contra las trabas impuestas por los poderes del Estado.
Frente a nuestras denuncias encontramos solo SILENCIO.
Hoy todos esperamos el cumplimiento del los compromisos asumidos por el Estado Nacional en el Decreto 812/05 y el inicio del juicio oral por encubrimiento en el mes de julio de 2015, que debería hacer justicia por los delitos y la corrupción cometidos, que nos negaron la verdad y consecuentemente la posibilidad de justicia.
En el barrio solíamos organizar partidos de fútbol con los
pibes de la otra cuadra. En realidad, no era tan lineal, porque los de la otra cuadra no llegaban a
formar un equipo, así que el planteo era, los de Adrián Veres desde la
intersección con Harrinton, en aquel entonces la calle se llamaba Vandor, en
numeración ascendente formábamos parte
de un equipo y de Harrinton hasta Sixto Laspiur, donde terminaba el
barrio, otro .
Nosotros llevábamos las de perder en cuanto a la cantidad de
jugadores, porque solo nos quedaba una
cuadra y después todo era descampado. En cambio, los otros, disponían de tres cuadras y como eran un mas piolas, tenían mas amigos, así que se daban el lujo de
elegir y tener suplentes. Nuestro equipo era acotado, en número
y en calidad.
Cuando la disputa era entre las dos cuadras el escenario era
la placita del barrio. A la vista de todos, como exponiendo el duelo, una
especie de medición abierta al público. Publico que nunca tuvimos, porque los
partidos no los miraban ni nuestras madres.
Lo bueno de jugar en la plaza era que el piso estaba mas o
menos parejo, había pasto, un poco de tierra y por sectores encontrábamos
manchones de gramilla, pero lo mejor y que la diferenciaba con la calle, era
que si pensábamos una cancha medio torcida y en diagonal, los arcos estaban
formado por una sola piedra y el otro
palo era un árbol.
Dicho de esta manera, parece precario, pero la existencia de
un palo mas o menos rígido hacía rebotar la pelota y alguna rama servía de referencia para anular goles según la conveniencia de cada uno, por considerar que en un arco normal esa
pelota pasaría por encima del travesaño.
El campo de juego siempre estaba ubicado cerca de la vereda de
Adrian Veres, entre las calles Islas Malvinas y Bélgica, por lo tanto teníamos
que tener cuidado de dos cosas. La primera era la la
línea 512 de colectivos que ingresaba al
barrio y la otra, la segunda era la mas brava, esa que nos preocupaba, la casa
del “Loco Gimenez”.
La casa de Gimenez estaba justo en frente del centro del
campo de juego y siempre algún animalito de Dios, pateaba con entusiasmo y tan
poca calidad que la pelota cruzaba la calle.
El “Loco Gimenez”, tal como lo llamaban los viejos del
barrio era un tipo callado. No tenía trato con nadie, excepto con los
comerciantes de la zona que no tenían otra opción mas que atenderlo como a cualquier cliente.
Le teníamos terror al loco. Ni por la vereda pasábamos. Alguna vez, mientras estábamos en la plaza,
lo vimos salir y gritar, gesticular como
puteando al cielo por unos segundos, luego se metía en la casa. No sabemos qué gritaba, pero lo vimos.
Por qué le decían el loco? El tipo, era una metalúrgico como
la mayoría de los padres de familia del barrio. Parece que trabajaba en un taller y un compañero lo molestaba, lo cargaba, le
hacía bullyng como se dice ahora. Gimenez un día se hinchó las pelotas, le partió la cabeza con una llave stilson y lo
mató. Estuvo unos años en cana. No conozco los pormenores de la causa, pero se
decía que lo había declarado insano
mental y que por eso quedó en libertad. Le tramitaron la pensión y los
del sindicato lo ayudaron a ingresar al crédito del Banco Hipotecario para
hacerse con una casa en el barrio.
Claro que esta historia
solo tiene como sustento los cuentos de los viejos, porque algunos decían
que no lo había matado, que no era una llave stilson, sino una francesa y otros
que simplemente fajó a su compañero y lo rajaron del laburo. La cosa es que
Gimenez quedó como el loco y esa cruz
quizás la lleve en su espalda hasta estos días.
Tanto cagazo le teníamos que a pesar de que pasaban las
semanas todos nos acordábamos quien fue
a buscar la pelota alguna vez y cuando por desgracia caía en el jardín del loco, levantábamos la mano y gritábamos, “Yo fui el
otro día!!”.
Las casas eran todas iguales y el frente tenía un jardín de
dos o tres metros y después estaba la puerta de ingreso a la casa y a la misma
altura el portón del garage, así que la pelota siempre caía mas cerca de la
vereda que de la casa y el que iba a buscarla,
pasaba corriendo, la manoteaba y salía para que nadie lo vea.
Gimenez no tenía
auto, así que en el garage había montado un taller metalúrgico chiquito, muy de
barrio. No le entraba laburo, nadie le llevaba trabajo para hacer, pero lo tenía.
A veces dejaba el portón abierto y se veían las herramientas, una mesa de trabajo bastante oxidada y un montón de chapas y porquerías
amontonadas en el patio.
Evidentemente la pensión no le alcanzaba y como el taller
no le dejaba un mango, intentó torcer su suerte económica y puso una verdulería.
Su nuevo emprendimiento no funcionó. No vendió ni un kilo de tomates, ni una
planta de lechuga, nada. En una semana la cerró. En la vereda reposaban los
cajones con toda la mercadería podrida a la espera que pase el camión de la
basura y levante los vestigios de su
intentó por levantar cabeza.
Una tarde acordamos jugar con los de la otra cuadra. El
escenario era el mismo, la cantidad de rondaba entre los seis o siete por
equipo, en fin, todo igual.
No puedo precisar el marcador, pero supongamos que el equipo de mi cuadra
llevaba alguna ventaja sobre los adversarios. Tampoco recuerdo quien fue el
culpable de que la pelota cruce la calle sin siquiera hacer un pique. En cámara
lenta veíamos como se por el aire, paso los limites de los dos cordones cuneta
y cayó en la vereda, con tanta, pero tanta mala suerte que al picar superó por
apenas un centímetro un parendocinto que dividía el jardín de la casa del Loco
Gimenez con el espacio público. En el nuevo vuelo, por cierto menos intenso y mas
corto, el esférico choca contra un rosal seco y se desvía hacia el portón.
Parados, atentos mirábamos el cauce de la pelota. Luego de
chocar la planta, toma un nuevo rumbo. La desgracia la acompañó, porque llegó al
portón y una vez mas por un solo centímetro
no rebotó e ingresó al garage. En el último tramo de su recorrido,
impacta contra el piso y se queda ahí, inmóvil, muerta, a unos cincuenta
centímetros dentro del taller del loco.
Nos miramos en
silencio y entendimos que estábamos en un problema!. Nuestra pelota que
parecía un globo, esa horrible de gajos largos marrones y blancos estaba en la
adentro de la casa del tipo que había matado a su compañero de trabajo por hacerle
una broma. Era lo que sabíamos, porque nosotros solo estábamos al tanto de ese,
pero si se cargó a uno, por qué no podían ser dos, tres o quién sabe cuántos.
El paso siguiente era definir a quien le tocaba la terrible
misión de recuperar aquel elemento esencial para continuar con el partido.
-Ya fui la semana pasada!! Gritaron tres del otro
equipo en coro! Como buenos cagones y
pecho frio que son se retiraron
de la cruzada.
A los míos no los voy a calificar
de la misma manera, pero increíblemente todos había ido alguna vez.
Me quedé callado, apoyado en el
árbol de nuestro arco, me hacía el boludo como perro que pateó la olla, hasta
que uno de los chicos dijo. - Che Pablo,
vos no fuiste nunca.
- - No es cierto!! me defendí. Pero a la hora de
argumentar hice agua. Había pasado mucho
tiempo, así no pude exponer ni un solo dato consistente en mi defensa.
Así fue que con la cabeza agacha, di mis primeros pasos, hasta la vereda
antes de cruzar la calle, pues mi mirada
debía centrarse en el objetivo.
Llegué a la casa de Giménez y entré al espacio previo al garage. Tomé
aire. Con los pulmones llenos crucé el marco del portón. Cada centímetro fueron
cien metros, cuando con la uña de mi dedo índice izquierdo alcancé la pelota
aparece de la nada la figura de un hombre.
- - Qué buscas? Me dijo. No conteste. Con un chancleteo lento se acercó, ahí lo ví! Era
el loco
Giménez. Con una musculosa negra
que no llegaba a cubrirle el abdomen y una pantalón corto medio deshilachado,
creo que de Boca.
- - Hola. Le dije con un tono muy temeroso, y un
poco exagerado. Se nos cayó la pelota. Continúe.
- - Y Por qué no me la pedís o en tu casa no te
enseñaron a golpear la puerta, tocar el timbre o simplemente pedir permiso.
Como sé que venís a buscar la pelota y no otra cosa?. Me preguntó el loco.
El esférico dejó de ser mi preocupación. Enderecé mi cuerpo y me preparé
para salir corriendo. Pero no podía esfumarme, él estaba muy cerca, una vez
mas, tome aire y le respondí.
- - Perdón, no quería molestarlo. Agarro la pelota y
me voy.
- - Vos sos de la última cuadra de Adrian Veres ,
no? Preguntó.
- - Si. Estamos jugando en la plaza con los chicos.
El tipo nos tenía fichados. Sabía de nuestro miedo, sabía que le decíamos el loco Gimenez y
siempre cruzábamos la calle para no pasar por su vereda. Sabía todo eso, porque
durante años sintió en carne propia el ninguneo de todos y cada uno de los
habitantes del barrio.
Imagínense un barrio de doscientas cincuenta viviendas y si en cada casa
viven como mínimo cuatro personas, al multiplicar resultábamos mil vecinos con los que él se cruzaba habitualmente. Mil que lo ignoraban, le temían o lo despreciaban
sin motivo alguno.
El loco la tenía muy clara, se acercó mas y me agarró del hombro. En ese momento cerré los
ojos esperando un golpe, un apretón o lo peor. Nada de eso sucedió.
Miró para la plaza, fijo su mirada por unos segundos y luego me dijo
- - Che pero son impares! A un equipo le falta uno.
- - Si, nosotros estamos con uno menos.
Gimenez agarró la pelota, cruzó la calle
y apenas piso la vereda de la plaza, en dos pasos revoleó las ojotas y
gritó.
- - Yo juego para ellos. Ahora estamos igualados!!
Ese
partido lo ganamos por goleada, creo que si algún día me reencuentro con los
pibes del barrio esa anécdota copará la mayor parte de las charlas. Mamita!!
Como la pisaba el loco GImenez!! Que lo pario!!
Era un
29 de junio, no recuerdo la hora, tampoco el día, y les confieso que recurro a un
buscador en la web para darle precisión a esta historia.
Mi mamá cosía en su antigua maquina a pedal unas
banderas. Caseras, rústicas, de guerra, sin mayores detalles, solo tres trozos
de tela rectangulares de medidas iguales. El orden era el histórico, el mismo
que en nuestro días, celeste blanco y celeste. Así, sin sol, aunque con el
detalle de las tiritas en el extremo para atarlas en un palo o donde se pueda.
Mi viejo
entró por la puerta del lavadero que daba con el patio con un repasador en las
manos, frotándose para sacarse la suciedad de la leña.
-Pablo, anda a lo del Cheche y fíjate si llegó - Me dijo el viejo.
El
Cheche, es mi padrino. Un ex Boxeador reconocido en la región, tanto él como el
hermano, gozaban de un prestigió grande en las cuevas del pugilato local. Pero
en el momento exacto en el que ocurría esta historia, Cheche trabajaba en el
sindicato de la UOM con mi papá. Un tipo que superaba los 220 Kg, sí sí, 220 Kg. Un tipo duro, de esos con los cuales
uno no se quiere enfrentar o al menos ese recuerdo tengo, como resultado de las
historias que contaba.
Fui entonces, hasta la casa de mi padrino y me
atendió La Pirucha, su esposa. Nunca supe el nombre, para mí y para todos es
Pirucha. Bueno, la cosa es que me dijo que Cheche en cinco minutos llegaba, que
fue con el auto hasta lo de no sé quién y que le avise a mi papá que ya estaba
todo listo.
Volví a casa, trasmití el mensaje tal cual.
-Bueno. Entonces doy vuelta la carne y voy – Dijo mi papá.
Ese
día, mis queridos, era un día especial, histórico, era la final del mundo.
Jugaban Argentina y Alemania.
Nunca
entendí ni tampoco sentí curiosidad sobre lo que estaban tramando, solo cumplí
con mi deber de hacer los mandados y como ir a ver al Cheche me gustaba, fui
sin protestar.
Tengo
muy buenos recuerdos del Cheche, al menos de mi niñez. Después la figura de Héctor
Méndez (así se llama) se opacó un poco, pero para qué ponerle un manto gris al
relato? No?
Todos
los días a las 7:15 Am caminaba cincuenta
metros para llegar a la casa de mi padrino, para que Pirucha me abra la puerta,
esperar que se tome el té y un montón de
pastillas, que arranque el Dodge Polara naranja y me lleve hasta la esquina de
la escuela Nº 6 en la que hice toda mi primaria en Bahía Blanca. A él le
quedaba de pasada, porque agarraba por Estomba derecho hasta Chiclana al 600,
doblaba para luego agarrar San Martin y llegar a la sede de la UOM.
Vuelvo
al tema de importancia. Les dije, ese día se jugaba la final del mundo. Yo tenía
apenas 7 años. Veía los partidos, sin mucha noción. Solo me interesaba ver los
goles de Argentina, gritarlos con mi familia para después repetir las críticas
y halagos que escuchaba con mis amigos e intentar simular la jugada con ellos.
Era chico, no tenía mucha noción de lo que significaba, simplemente quería
ganar y luego salir a jugar con mis amigos
a la pelota, así sea con arco chico en la calle.
Si aun
tengo en mente muchas jugadas de aquella gloriosa selección, es porque la vi durante muchos años en TV, pues de mi
memoria depende el relato puntual de la jugada, solo podría decirles que
Argentina ganó y eso tampoco sería una novedad, aunque ahora tampoco quiero
referirme a eso, sino a los festejos.
Este miércoles
9 de Julio cuando Argentina le ganó por penales a Holanda, fui al Obelisco a
festejar. No quería ni podía bajo ningún punto de vista o pretexto perderme esa
fiesta y había dos motivos por los cuales debía ir a celebrar. El primero que
hacía 24 años que la selección de fútbol
no llegaba a la final y la segunda es
que como nací, me crié y viví muchos años en Bahía Blanca, siempre miraba por
TV esos festejos. Los idealizaba. Qué lindo estar ahí! Pensaba. Por lo tanto
fui. Ya no miraba por la tele, sino que era parte de esa imagen que centraliza
la argentinidad en todo el país.
Minutos
después que Argentina se consagró Campeón del Mundo en 1986, mi viejo una vez más
me mando a lo del Cheche, pero esta vez el pedido fue puntual.
-Pablo. Anda a lo del Cheche y preguntale si ya estamos para salir.
A los
dos minutos volví y le di la respuesta.
-Pa. Dijo el Cheche que sí. Que ya está todo listo.
-Bueno. Vamos – Dijo mi papá- Claudina tenes las banderas? Le pregunto
a mi mamá.
Mi
vieja como buena madraza, corrió hasta la pieza y trajo las banderitas que
había cosido al mediodía mientras mi papá hacía el asado.
Llegamos
a la casa del Cheche y con mi viejo mas la ayuda de Titi sacaron
unos bombos y matracas gigantescas, pero
gigantes en serio, yo no las podía levantar. A los bombos tampoco los podía
levantar y hasta las mangueras con las que le pegaban me parecían pesadas.
Titi
era el hijo menor del Cheche. Mi amigo más grande. Titi fue mi referencia en el
trance entre mi infancia y mi adolescencia.
Los
tipos (mi papa y el Cheche) se colgaron los Bombos y Titi agarró una matraca.
Los tres encabezaban el desfile por las calles de tierra del Barrio de la UOM,
el glorioso barrio Juan Manuel de Rosas.
-Por donde agarramos? – Preguntó
mi viejo.
-Por Adrian Veres, hasta Sixto Laspiur y ahí vemos como hacemos – Dijo
el Cheche.
Éramos
pocos, apenas cuatro, Mi papá, mi padrino, mi amigo el Titi y yo.
Cuando
hicimos dos cuadras se sumaron varios y
todos al grito de ¡Dale Campeón, Dale Campeón!
Una cuadra antes de llegar a Sixto Laspiur, mi
viejo recuerda que sobre la calle Di Sarli, una paralela a Veres, vivía un
chango que tenía una camioneta y podía
ser la salvación. Caminando al centro no llegaríamos mas. Así fue que la
caravana giró a la izquierda hasta llegar a Di Sarli y luego giró a la derecha
hasta descubrir una camioneta Chevrolet Silverado Verde.
Estos
monos sabían cómo llevar los bombos, como arengar al grupo, sabían encabezar una columna, porque eran de la UOM
y en su haber contaban con varias marchas y paros nacionales con movilización.
Por cierto los dos bombos tenían la inscripción de la UOM de un lado y el
número “62” del otro, por las 62 organizaciones.
Llegamos
a la Silverado Verde. Titi destrabo la puerta de la caja, la abrió y subimos.
-Quédate conmigo, Pablito – Me dijo, mientras apoyaba la matraca en el
piso de la caja de la camioneta.
Estuvimos
mas o menos cinco minutos arriba de la chata y no arrancaba, es mas no tenía
conductor, así fue que el Cheche le dijo a mi papá: “Adolfo, tócale timbre y avísale
que salga con las llaves”.
Así
fue. Mi viejo le toco timbre, se abrió la puerta, mi papá volvió sin mediar
palabra.
-Que pasa muchachos? – Dijo el dueño de la camioneta. El tipo era un
gordito de baja estatura y bigotes, algo así como Mario Bros, pero sin mameluco.
-Dale que vamos. Trae las llaves y arranca para el centro. Argentina
salió campeón!!! – Le grito el Cheche.
El tipo
titubeo alguna excusa pero no alcanzó. Tenía a veinte monos en la caja de su
vehículo que le metían presión y encima los conocía. En ese Barrio el 90% era
afiliado a la UOM, así que como compañero no podía fallar.
-Bueno denme cinco minutos – Dijo el bigotudo.
Efectivamente
a los cinco minutos salió con dos mujeres de su mismo porte pero sin bigotes,
subieron a la cabina y arrancó el motor.
La cosa
es que estos ñatos le tomaron la chata. Nunca le preguntaron si podía, si
quería, si tenía nafta, ni siquiera si andaba! Se subieron y gentilmente le
dijeron que todos incluso él irían hasta el centro a festejar, algo así como un
invitado de honor sin mayores honores.
Así fue
como llegamos al centro de Bahía Blanca y a paso de hombre entre la multitud la
Chevrolet avanzaba. Yo estaba en la caja y cantaba lo mismo que cantaban todos.
No tenía miedo, nada, cero. Estaba con mi viejo, el Cheche y el Titi, quién
me podía ser tan pero tan gil de hacerme algo? Nadie!! Pero
Nadie en este planeta podía enfrentarse a ese trío. El único que podía
doblegarlos era yo!
Recuerdo
que la caja era inmensa. En un momento quedé en la otra punta, alejado de mi
papá y mi padrino que hacían sonar los
bombos apoyados sobre el techo de la cabina y el Titi en un lateral con una
bandera que reemplazó a la matraca gigante. Llegar hasta donde estaban ellos
fue una hazaña. Empujar, pedir permiso sin ningún resultado, quedar en el medio
de gente que no conocía, en fin… hasta que llegué a estar al lado de Titi, que
bajó su mano, abrazo mi cabeza y
cantaba, solo cantaba… Dale Campeón Dale Campeón!! Cantaba el Titi. Me acomodé
en un rincón, me senté, estaba cansado
y sin dimensionar lo que implicaba haber ganado ese partido, entre las piernas
de Titi y el vidrio de la camioneta creo que me dormí. Digo creo porque no
tengo registro de lo que pasó hasta que mi amigo y referente de todo, Titi me
despertó y me dijo: “Pablito! Dame tu bandera!”
-Y la Tuya? – Le pregunté-
-Un Hijo de puta me pegó el tirón y me la afanó.
Claro
que le di mi bandera, si yo no la usaba y en casa estaba mi mamá que podía
hacer mil de esas y aun mejores, porque si a mi vieja le das tiempo, con su máquina
de coser te reconstruye el Titanic, pero dale tiempo nada más.
Me
dormí otra vez. Me despertó mi papá para
bajar de la chata en la puerta de mi casa.
Cuando
entramos mi mama dijo: “Se perdieron lo mejor”.
-Qué? - Preguntó mi papá-
-La entrega de la Copa, la medalla, la ceremonia.
-Ja No Mamá, vos te perdiste lo mejor – le dije- fuimos con Papá, el Cheche y Titi por Adían
Veres y después…. – Así seguí con el relato, el mismo que le acabo de contar.
Mi vieja me miraba con el amor que solo mi vieja puede mirar. Atenta me
escuchaba. Sabía que estaba siendo participe de algo histórico.
Estaba
en la parada del colectivo. Yo esperaba el 110 que me llevaba hasta Villa
General Mitre.
Era un
domingo, de esos que se prestan para pasear, eran mis primeras recorridas
solitarias por Buenos Aires. Normalmente arrancaba y cuando me cansaba, preguntaba
por algún bondi que me lleve a casa o me acerque al barrio.
Me senté
en el extremo de un banco de esos largos
en los que entran 4 personas sentadas.
En la otra punta, una señora de unos 65 años.
La
miré. Podía ser una buena escucha, podía ser quien me libere de ese peso,
quizás me comprenda, pensé.
Rompí
el hielo con una pregunta que es muy habitual escuchar, pero si nos detenemos
unos pocos segundos a cualquiera que se la plantees, debería responderte con un
rotundo no.
-Perdón, buenas tardes, la puedo molestar un minuto? Le dije.
Quince
días atrás, desperté a la madrugada llorando desconsoladamente. Sentado en la
cama, con la cabeza entre las rodillas. No podía parar, tomar aire era complicado, porque no tenía las
fuerzas suficientes para llenar los pulmones y aliviarme. Solo caían lágrimas
de mis ojos, mi nariz se hizo eco y desprendía lo suyo.
Me puse
de pie, prendí la luz de la habitación, volví
a la cama y me coloque en la misma
posición. No tenía a quien llamar. Estaba solo. En toda la casa lo único que se
escuchaba era el eco de mi llanto.
Por mas
de una hora, estuve en esa posición, llorando, tomando pequeñas bocanadas de
aire, para continuar con mi desconsuelo.
Las
imágenes no desaparecían. Una y otra
vez, esa secuencia recorría mi cabeza y se trasladaba a mi cuerpo. Mientras
lloraba las sentía recorrer mis piernas. Las movía para sacarlas, desprenderme
de ellas, pero luego subían al corazón y ahí no podía hacer nada, nada, nada!
Cuando
comencé con mi relato la señora me miró un tanto desconcertada. Pero a quién se
lo iba a contar? Una persona de esa edad entendería por qué hacía eso.
Las supersticiones,
carecen de cualquier sustento. De hecho, las desafío. Si en la calle hay una
escalera, paso por abajo, me acerco a los gatos negros, no compro sal hasta que
se vacié por completo el paquete, pongo los zapatos arriba de la mesa y otros
actos mas, como muestra del nulo respeto que tengo hacia ellas.
Estos
comportamientos, demuestran que las
tengo presentes y ante una situación extrema, tenía miedo de que estos dichos
populares, por primera vez en mi vida me demuestren que algo de cierto tienen.
Es una estupidez, si lo sé. Pero sabrán comprender, demasiado en juego, mucho
amor y mucha tragedia, con alguien debía hablar.
Avance con
mi relato y la señora, solo me miraba. Ni un gesto hizo, clavo sus ojos sobre los
míos. En ningún momento interrumpió mi monologo, a pesar de la descripción
trágica y por demás triste. En algún momento lagrimee, no fue intencional, no
quería que ella sienta compasión, solo quería que me escuche, que sirva de
instrumento para evitar un dolor mas grande. Solo eso. El contarlo, no era nada
en comparación con el hecho, nada, se los aseguro. Pero necesitaba a alguien
que entienda de qué le hablaba y no solo eso, sino explicarle por qué se lo
contaba.
La
primeras palabras fueron:
-Le quiero contar algo, espero no asustarla, simplemente, hago caso un
dicho que escuche cuando era chico.
Quizás usted la haya escuchado también, porque quien me lo dijo es una mujer
que ahora tendrá su edad, mas o menos.
Siempre
supe que era solo un sueño, pero siento tanto amor por
la protagonista de esa porción de
segundo, que preferí quedar como un gil y hacer caso de esa superstición que
arriesgarme a que pase algo y sentirme culpable de por vida. Sería una mochila
imposible de cargar, una pared para cada
paso que intentase dar.
Estaba
solo, fue un año duro, porque recién llegaba a Buenos Aires y mis amigos por
diferentes circunstancias estaban fuera la ciudad.
Las
viejas en el barrio, siempre decían que los sueños cuando son malos hay que
contarlos para eliminar cualquier posibilidad de que se hagan realidad y que los
buenos hay que guardarlos, mantenerlos como tales y aprovechar cuanta
posibilidad surja con el fin de cumplirlo.
Con el
tiempo muchos sueños se desvanecen o se reciclan y de a poco se acomodan a un
deseo. Mantienen la esencia del sueño, pero cuando entran en contacto con la realidad que te rodea, se
redefinen solos. No sé si se merecen, aun, llamarse sueños, pero la cosa es que
en esta nueva significación, se tornan posibles, quizás no en su totalidad,
pero sí mas cercanos.
No
suelo recordar los sueños, soy muy malo para eso. Muchas veces he despertado
por imágenes que se producen en mi cabeza. Luego me duermo y por la mañana ya
no quedan registros de nada. Los borró intencionalmente? Es parte del funcionamiento
de la marola? Qué sé yo? Pero me pasa.
Esta
representación de fantasías fue muy fuerte y dolorosa, tanto que aun hoy la
recuerdo y con algo de gracia incluso, no por ella, sino por mi comportamiento,
evidentemente no estaba en mi mejor momento.
Contarlo rompió cualquier hechizo posible y
han pasado algunos años, los escenarios cambiaron y algunas realidades también,
por lo tanto, ya no hay posibilidad alguna que suceda.
A mitad
del relato, la señora giró la cabeza, miró hace el hipermercado que estaba detrás,
para ver si había alguien cerca, si alguien mas estaba escuchando o hacía donde
podía escapar. Era lógico. Un tipo en una parada de colectivo, así, de la nada,
le cuenta un sueño atroz, una tragedia, derrama litros de sangre en su relato.
Entiendo que haya sentido temor.
El
balance que hice fue el siguiente. La señora se asustaría. Pensaría que estoy
loco, que le quiero afanar, que la voy a matar, y un montón de cosas mas. En
contraste a todo lo que la mujer podía imaginarse, estaba yo con mis
intenciones. Nada malo le iba a pasar a la señora, solo quería contarle aquella
construcción de mi imaginación y si me expresaba su malestar o notaba que se
incomodaba demasiado interrumpiría mi relato. Ante estos factores, entendí que
debía iniciar el dialogo.
Cuando termine
de contarle lo que aquella noche me despertó, le dije que lo hacía porque alguna
vez escuche que si los sueños malos no se cuentan…
La
señora se puso de pie, me miró muy seria, ni siquiera pestañeó, levanto el
brazo para indicarle al colectivo que quería subir, subió. Colocó las monedas
en la maquina parada de costado para no perderme de vista. El chofer cerró las
puertas y arrancó.
Una
señora que no conozco, nunca mas volví a ver y a la que jamás le escuche la
voz, me liberó de una angustia muy grande y sin sentido, pero en definitiva era
mía, existía y me molestaba.