sábado, 29 de marzo de 2014

Sueño Contado. Sueño Pisado




Estaba en la parada del colectivo. Yo esperaba el 110 que me llevaba hasta Villa General Mitre.
Era un domingo, de esos que se prestan para pasear, eran mis primeras recorridas solitarias por Buenos Aires. Normalmente arrancaba y cuando me cansaba, preguntaba por algún bondi que me lleve a casa o me acerque al barrio.
Me senté en el extremo de  un banco de esos largos en los que entran 4 personas sentadas.  En la otra punta, una señora de unos 65 años.
La miré. Podía ser una buena escucha, podía ser quien me libere de ese peso, quizás me comprenda, pensé.
Rompí el hielo con una pregunta que es muy habitual escuchar, pero si nos detenemos unos pocos segundos a cualquiera que se la plantees, debería responderte con un rotundo no.
-          Perdón, buenas tardes, la puedo molestar un minuto? Le dije.

Quince días atrás, desperté a la madrugada llorando desconsoladamente. Sentado en la cama, con la cabeza entre las rodillas. No podía parar,  tomar aire era complicado, porque no tenía las fuerzas suficientes para llenar los pulmones y aliviarme. Solo caían lágrimas de mis ojos, mi nariz se hizo eco y desprendía lo suyo.
Me puse de pie, prendí la luz de la habitación,  volví a la cama y me coloque en la  misma posición. No tenía a quien llamar. Estaba solo. En toda la casa lo único que se escuchaba era el eco de mi llanto.
Por mas de una hora, estuve en esa posición, llorando, tomando pequeñas bocanadas de aire, para continuar con mi desconsuelo.
Las imágenes no desaparecían.  Una y otra vez, esa secuencia recorría mi cabeza y se trasladaba a mi cuerpo. Mientras lloraba las sentía recorrer mis piernas. Las movía para sacarlas, desprenderme de ellas, pero luego subían al corazón y ahí no podía hacer nada, nada, nada!
Cuando comencé con mi relato la señora me miró un tanto desconcertada. Pero a quién se lo iba a contar? Una persona de esa edad entendería por qué hacía eso.
Las supersticiones, carecen de cualquier sustento. De hecho, las desafío. Si en la calle hay una escalera, paso por abajo, me acerco a los gatos negros, no compro sal hasta que se vacié por completo el paquete, pongo los zapatos arriba de la mesa y otros actos mas, como muestra del nulo respeto que tengo hacia ellas.
Estos comportamientos,  demuestran que las tengo presentes y ante una situación extrema, tenía miedo de que estos dichos populares, por primera vez en mi vida me demuestren que algo de cierto tienen. Es una estupidez, si lo sé. Pero sabrán comprender, demasiado en juego, mucho amor y mucha tragedia, con alguien debía hablar.
Avance con mi relato y la señora, solo me miraba. Ni un gesto hizo, clavo sus ojos sobre los míos. En ningún momento interrumpió mi monologo, a pesar de la descripción trágica y por demás triste. En algún momento lagrimee, no fue intencional, no quería que ella sienta compasión, solo quería que me escuche, que sirva de instrumento para evitar un dolor mas grande. Solo eso. El contarlo, no era nada en comparación con el hecho, nada, se los aseguro. Pero necesitaba a alguien que entienda de qué le hablaba y no solo eso, sino explicarle por qué se lo contaba.
La primeras palabras fueron:
-          Le quiero contar algo, espero no asustarla, simplemente, hago caso un dicho  que escuche cuando era chico. Quizás usted la haya escuchado también, porque quien me lo dijo es una mujer que ahora tendrá  su edad, mas o menos.
Siempre supe que  era  solo un sueño, pero siento tanto amor por la  protagonista de esa porción de segundo, que preferí quedar como un gil y hacer caso de esa superstición que arriesgarme a que pase algo y sentirme culpable de por vida. Sería una mochila imposible de cargar, una pared para  cada paso que intentase dar. 
Estaba solo, fue un año duro, porque recién llegaba a Buenos Aires y mis amigos por diferentes circunstancias estaban fuera la ciudad.
Las viejas en el barrio, siempre decían que los sueños cuando son malos hay que contarlos para eliminar cualquier posibilidad de que se  hagan realidad y que los buenos hay que guardarlos, mantenerlos como tales y aprovechar cuanta posibilidad surja con el fin de cumplirlo.
Con el tiempo muchos sueños se desvanecen o se reciclan y de a poco se acomodan a un deseo. Mantienen la esencia del sueño, pero cuando entran  en contacto con la realidad que te rodea, se redefinen solos. No sé si se merecen, aun, llamarse sueños, pero la cosa es que en esta nueva significación, se tornan posibles, quizás no en su totalidad, pero sí mas cercanos.
No suelo recordar los sueños, soy muy malo para eso. Muchas veces he despertado por imágenes que se producen en mi cabeza. Luego me duermo y por la mañana ya no quedan registros de nada. Los borró intencionalmente? Es parte del funcionamiento de la marola? Qué sé yo? Pero me pasa.
Esta representación de fantasías fue muy fuerte y dolorosa, tanto que aun hoy la recuerdo y con algo de gracia incluso, no por ella, sino por mi comportamiento, evidentemente no estaba en mi mejor momento.
 Contarlo rompió cualquier hechizo posible y han pasado algunos años, los escenarios cambiaron y algunas realidades también, por lo tanto, ya no hay posibilidad alguna que suceda.
A mitad del relato, la señora giró la cabeza, miró hace el hipermercado que estaba detrás, para ver si había alguien cerca, si alguien mas estaba escuchando o hacía donde podía escapar. Era lógico. Un tipo en una parada de colectivo, así, de la nada, le cuenta un sueño atroz, una tragedia, derrama litros de sangre en su relato. Entiendo que haya sentido temor.
El balance que hice fue el siguiente. La señora se asustaría. Pensaría que estoy loco, que le quiero afanar, que la voy a matar, y un montón de cosas mas. En contraste a todo lo que la mujer podía imaginarse, estaba yo con mis intenciones. Nada malo le iba a pasar a la señora, solo quería contarle aquella construcción de mi imaginación y si me expresaba su malestar o notaba que se incomodaba demasiado interrumpiría mi relato. Ante estos factores, entendí que debía iniciar el dialogo.
Cuando termine de contarle lo que aquella noche me despertó, le dije que lo hacía porque alguna vez escuche que si los sueños malos no se cuentan…
La señora se puso de pie, me miró muy seria, ni siquiera pestañeó, levanto el brazo para indicarle al colectivo que quería subir, subió. Colocó las monedas en la maquina parada de costado para no perderme de vista. El chofer cerró las puertas y arrancó.

Una señora que no conozco, nunca mas volví a ver y a la que jamás le escuche la voz, me liberó de una angustia muy grande y sin sentido, pero en definitiva era mía, existía y me molestaba.

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