viernes, 6 de febrero de 2015

El loco Gimenez


En el barrio solíamos organizar partidos de fútbol con los pibes de la otra cuadra. En realidad, no era tan lineal,  porque los de la otra cuadra no llegaban a formar un equipo, así que el planteo era, los de Adrián Veres desde la intersección con Harrinton, en aquel entonces la calle se llamaba Vandor, en numeración ascendente  formábamos parte de un equipo y de Harrinton hasta Sixto Laspiur, donde terminaba el barrio,  otro .
Nosotros llevábamos las de perder en cuanto a la cantidad de jugadores, porque solo nos quedaba  una cuadra y después todo era descampado. En cambio, los otros, disponían de tres  cuadras y como eran un mas piolas,  tenían mas amigos, así que se daban el lujo de elegir  y tener  suplentes. Nuestro equipo era acotado, en número y en calidad.
Cuando la disputa era entre las dos cuadras el escenario era la placita del barrio. A la vista de todos, como exponiendo el duelo, una especie de medición abierta al público. Publico que nunca tuvimos, porque los partidos no los miraban ni nuestras madres.
Lo bueno de jugar en la plaza era que el piso estaba mas o menos parejo, había pasto, un poco de tierra y por sectores encontrábamos manchones de gramilla, pero lo mejor y que la diferenciaba con la calle, era que si pensábamos una cancha medio torcida y en diagonal, los arcos estaban formado por una sola piedra  y el otro palo era un árbol.
Dicho de esta manera, parece precario, pero la existencia de un palo mas o menos rígido hacía rebotar la pelota y alguna rama servía  de referencia para anular goles  según la conveniencia de cada uno,  por considerar que en un arco normal esa pelota pasaría por encima del travesaño.
El campo de juego  siempre estaba ubicado cerca de la vereda de Adrian Veres, entre las calles Islas Malvinas y Bélgica, por lo tanto teníamos que tener cuidado de dos cosas. La primera era la   la línea  512 de colectivos que ingresaba al barrio y la otra, la segunda era la mas brava, esa que nos preocupaba, la casa del “Loco Gimenez”.
La casa de Gimenez estaba justo en frente del centro del campo de juego y siempre algún animalito de Dios, pateaba con entusiasmo y tan poca calidad que la pelota cruzaba la calle.
El “Loco Gimenez”, tal como lo llamaban los viejos del barrio era un tipo callado. No tenía trato con nadie, excepto con los comerciantes de la zona que  no tenían  otra opción  mas que atenderlo como a cualquier cliente.
Le teníamos terror al loco. Ni por la vereda pasábamos.  Alguna vez, mientras estábamos en la plaza, lo vimos salir  y gritar, gesticular como puteando al cielo por unos segundos, luego se metía en la casa. No sabemos  qué gritaba, pero lo vimos.
Por qué le decían el loco? El tipo, era una metalúrgico como la mayoría de los padres de familia del barrio. Parece que  trabajaba en un taller  y un compañero lo molestaba, lo cargaba, le hacía bullyng como se dice ahora. Gimenez un día se hinchó las pelotas,  le partió la cabeza con una llave stilson y lo mató. Estuvo unos años en cana. No conozco los pormenores de la causa, pero se decía que lo había declarado insano  mental y que por eso quedó en libertad. Le tramitaron la pensión y los del sindicato lo ayudaron a ingresar al crédito del Banco Hipotecario para hacerse con una casa en el barrio. 
Claro que esta historia  solo tiene como sustento los cuentos de los viejos, porque algunos decían que no lo había matado, que no era una llave stilson, sino una francesa y otros que simplemente fajó a su compañero y lo rajaron del laburo. La cosa es que Gimenez quedó como el loco y esa cruz  quizás la lleve en su espalda hasta estos días.
Tanto cagazo le teníamos que a pesar de que pasaban las semanas  todos nos acordábamos quien fue a buscar la pelota alguna  vez y cuando  por desgracia caía en el jardín del loco,  levantábamos la mano y gritábamos, “Yo fui el otro día!!”.
Las casas eran todas iguales y el frente tenía un jardín de dos o tres metros y después estaba la puerta de ingreso a la casa y a la misma altura el portón del garage, así que la pelota siempre caía mas cerca de la vereda que de la casa y el que iba a buscarla,  pasaba corriendo, la manoteaba y salía para que nadie lo vea.
Gimenez  no tenía auto, así que en el garage había montado un taller metalúrgico chiquito, muy de barrio. No le entraba laburo, nadie le llevaba trabajo para hacer, pero lo tenía. A veces dejaba el portón abierto y se veían las herramientas,  una mesa de trabajo bastante oxidada  y un montón de chapas y porquerías amontonadas en el patio.
Evidentemente la pensión no le alcanzaba y como el taller no  le dejaba un mango,  intentó torcer su suerte económica y puso una verdulería. Su nuevo emprendimiento no funcionó. No vendió ni un kilo de tomates, ni una planta de lechuga, nada. En una semana la cerró. En la vereda reposaban los cajones con toda la mercadería podrida a la espera que pase el camión de la basura y levante los vestigios de su  intentó por levantar cabeza.
Una tarde acordamos jugar con los de la otra cuadra. El escenario era el mismo, la cantidad de rondaba entre los seis o siete por equipo, en fin, todo igual.
No puedo precisar el marcador,  pero supongamos que el equipo de mi cuadra llevaba alguna ventaja sobre los adversarios. Tampoco recuerdo quien fue el culpable de que la pelota cruce la calle sin siquiera hacer un pique. En cámara lenta veíamos como se por el aire, paso los limites de los dos cordones cuneta y cayó en la vereda, con tanta, pero tanta mala suerte que al picar superó por apenas un centímetro un parendocinto que dividía el jardín de la casa del Loco Gimenez con el espacio público.  En  el nuevo vuelo, por cierto menos intenso y mas corto, el esférico choca contra un rosal seco y se desvía hacia el portón.
Parados, atentos mirábamos el cauce de la pelota. Luego de chocar la planta, toma un nuevo rumbo. La desgracia la acompañó, porque llegó al portón y una vez mas por un solo centímetro  no rebotó e ingresó al garage. En el último tramo de su recorrido, impacta contra el piso y se queda ahí, inmóvil, muerta, a unos cincuenta centímetros dentro del taller del loco.
Nos miramos en  silencio y entendimos que estábamos en un problema!. Nuestra pelota que parecía un globo, esa horrible de gajos largos marrones y blancos estaba en la adentro de la casa del tipo que había matado a su compañero de trabajo por hacerle una broma. Era lo que sabíamos, porque nosotros solo estábamos al tanto de ese, pero si se cargó a uno, por qué no podían ser dos, tres o quién sabe cuántos.
El paso siguiente era definir a quien le tocaba la terrible misión de recuperar aquel elemento esencial para continuar con el partido.
-        Ya fui la semana pasada!! Gritaron tres del otro equipo en coro! Como buenos cagones y
      pecho frio que son se retiraron de la cruzada.
      A los míos no los voy a calificar de la misma manera, pero increíblemente todos  había ido alguna vez.
      Me quedé callado, apoyado en el árbol de nuestro arco, me hacía el boludo como perro que pateó la olla, hasta que uno de los chicos dijo.  - Che Pablo, vos no fuiste nunca.
-        -  No es cierto!! me defendí. Pero a la hora de argumentar hice agua. Había pasado mucho
      tiempo, así no pude exponer ni un solo dato consistente en mi defensa.
      Así fue que con la cabeza agacha, di mis primeros pasos, hasta la vereda antes de cruzar  la calle, pues mi mirada debía centrarse en el objetivo.
      Llegué a la casa de Giménez y entré al espacio previo al garage. Tomé aire. Con los pulmones llenos crucé el marco del portón. Cada centímetro fueron cien metros, cuando con la uña de mi dedo índice izquierdo alcancé la pelota aparece de la nada la figura de un hombre.
-          - Qué buscas? Me dijo. No conteste. Con  un chancleteo lento se acercó, ahí lo ví! Era el loco
       Giménez.  Con una musculosa negra que no llegaba a cubrirle el abdomen y una pantalón corto medio deshilachado, creo que de Boca.
-          - Hola. Le dije con un tono muy temeroso, y un poco exagerado. Se nos cayó la pelota. Continúe.
-         -  Y Por qué no me la pedís o en tu casa no te enseñaron a golpear la puerta, tocar el timbre o simplemente pedir permiso. Como sé que venís a buscar la pelota y no otra cosa?. Me preguntó el loco.
      El esférico dejó de ser mi preocupación. Enderecé mi cuerpo y me preparé para salir corriendo. Pero no podía esfumarme, él estaba muy cerca, una vez mas, tome aire  y le respondí.
-         - Perdón, no quería molestarlo. Agarro la pelota y me voy.
-         -  Vos sos de la última cuadra de Adrian Veres , no? Preguntó.
-          - Si. Estamos jugando en la plaza con los chicos.
      El tipo nos tenía fichados. Sabía de nuestro  miedo, sabía que le decíamos el loco Gimenez y siempre cruzábamos la calle para no pasar por su vereda. Sabía todo eso, porque durante años sintió en carne propia el ninguneo de todos y cada uno de los habitantes del barrio.
      Imagínense un barrio de doscientas cincuenta viviendas y si en cada casa viven como mínimo cuatro personas, al multiplicar resultábamos  mil vecinos  con los que él se cruzaba habitualmente. Mil  que lo ignoraban, le temían o lo despreciaban sin motivo alguno.
     El loco la tenía muy clara, se acercó mas y me  agarró del hombro. En ese momento cerré los ojos esperando un golpe, un apretón o lo peor. Nada de eso sucedió.
      Miró para la plaza, fijo su mirada por unos segundos y luego me dijo
-         - Che pero son impares! A un equipo le falta uno.
-        -   Si, nosotros estamos con uno menos.
      Gimenez agarró la pelota, cruzó la calle  y apenas piso la vereda de la plaza, en dos pasos revoleó las ojotas y gritó.
-        -  Yo juego para ellos. Ahora estamos igualados!!
 Ese partido lo ganamos por goleada, creo que si algún día me reencuentro con los pibes del barrio esa anécdota copará la mayor parte de las charlas. Mamita!! Como la pisaba el loco GImenez!! Que lo pario!! 

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