sábado, 12 de julio de 2014

Mis festejos en el Mundial 86.



Era un 29 de junio, no recuerdo la hora, tampoco el día, y les confieso que recurro a un buscador en la web para darle precisión a esta historia.
Mi  mamá cosía en su antigua maquina a pedal unas banderas. Caseras, rústicas, de guerra, sin mayores detalles, solo tres trozos de tela rectangulares de medidas iguales. El orden era el histórico, el mismo que en nuestro días, celeste blanco y celeste. Así, sin sol, aunque con el detalle de las tiritas en el extremo para atarlas en un palo o donde se pueda.
Mi viejo entró por la puerta del lavadero que daba con el patio con un repasador en las manos, frotándose para sacarse la suciedad de la leña.
-          Pablo, anda a lo del Cheche y fíjate si llegó - Me dijo el viejo.
El Cheche, es mi padrino. Un ex Boxeador reconocido en la región, tanto él como el hermano, gozaban de un prestigió grande en las cuevas del pugilato local. Pero en el momento exacto en el que ocurría esta historia, Cheche trabajaba en el sindicato de la UOM con mi papá. Un tipo que superaba los 220 Kg, sí sí,  220 Kg. Un tipo duro, de esos con los cuales uno no se quiere enfrentar o al menos ese recuerdo tengo, como resultado de las historias que contaba.
Fui  entonces, hasta la casa de mi padrino y me atendió La Pirucha, su esposa. Nunca supe el nombre, para mí y para todos es Pirucha. Bueno, la cosa es que me dijo que Cheche en cinco minutos llegaba, que fue con el auto hasta lo de no sé quién y que le avise a mi papá que ya estaba todo listo.
Volví  a casa, trasmití el mensaje tal cual.
-          Bueno. Entonces doy vuelta la carne y voy – Dijo mi papá.
Ese día, mis queridos, era un día especial, histórico, era la final del mundo. Jugaban Argentina y Alemania.
Nunca entendí ni tampoco sentí curiosidad sobre lo que estaban tramando, solo cumplí con mi deber de hacer los mandados y como ir a ver al Cheche me gustaba, fui sin protestar.
Tengo muy buenos recuerdos del Cheche, al menos de mi niñez. Después la figura de Héctor Méndez (así se llama) se opacó un poco, pero para qué ponerle un manto gris al relato? No?
Todos los días a las 7:15 Am caminaba  cincuenta metros para llegar a la casa de mi padrino, para que Pirucha me abra la puerta, esperar que se tome el té y  un montón de pastillas, que arranque el Dodge Polara naranja y me lleve hasta la esquina de la escuela Nº 6 en la que hice toda mi primaria en Bahía Blanca. A él le quedaba de pasada, porque agarraba por Estomba derecho hasta Chiclana al 600, doblaba para luego agarrar San Martin y llegar a la sede de la UOM.
Vuelvo al tema de importancia. Les dije, ese día se jugaba la final del mundo. Yo tenía apenas 7 años. Veía los partidos, sin mucha noción. Solo me interesaba ver los goles de Argentina, gritarlos con mi familia para después repetir las críticas y halagos que escuchaba con mis amigos e intentar simular la jugada con ellos. Era chico, no tenía mucha noción de lo que significaba, simplemente quería ganar y luego salir a jugar con mis amigos  a la pelota, así sea con arco chico en la calle.
Si aun tengo en mente muchas jugadas de aquella gloriosa selección, es porque la  vi durante muchos años en TV, pues de mi memoria depende el relato puntual de la jugada, solo podría decirles que Argentina ganó y eso tampoco sería una novedad, aunque ahora tampoco quiero referirme a eso, sino a los festejos.
Este miércoles 9 de Julio cuando Argentina le ganó por penales a Holanda, fui al Obelisco a festejar. No quería ni podía bajo ningún punto de vista o pretexto perderme esa fiesta y había dos motivos por los cuales debía ir a celebrar. El primero que hacía 24 años que  la selección de fútbol  no llegaba a la final y la segunda es que como nací, me crié y viví muchos años en Bahía Blanca, siempre miraba por TV esos festejos. Los idealizaba. Qué lindo estar ahí! Pensaba. Por lo tanto fui. Ya no miraba por la tele, sino que era parte de esa imagen que centraliza la argentinidad en todo el país.
Minutos después que Argentina se consagró Campeón del Mundo en 1986, mi viejo una vez más me mando a lo del Cheche, pero esta vez el pedido fue puntual.
-          Pablo. Anda a lo del Cheche y preguntale si ya estamos para salir.
A los dos minutos volví y le di la respuesta.
-          Pa. Dijo el Cheche que sí. Que ya está todo listo.
-          Bueno. Vamos – Dijo mi papá- Claudina tenes las banderas? Le pregunto a mi mamá.
Mi vieja como buena madraza, corrió hasta la pieza y trajo las banderitas que había cosido al mediodía mientras mi papá hacía el asado.
Llegamos a la casa del Cheche y con mi viejo mas la ayuda de Titi   sacaron  unos bombos y matracas gigantescas, pero gigantes en serio, yo no las podía levantar. A los bombos tampoco los podía levantar y hasta las mangueras con las que le pegaban me parecían pesadas.
Titi era el hijo menor del Cheche. Mi amigo más grande. Titi fue mi referencia en el trance entre mi infancia y mi adolescencia.
Los tipos (mi papa y el Cheche) se colgaron los Bombos y Titi agarró una matraca. Los tres encabezaban el desfile por las calles de tierra del Barrio de la UOM, el glorioso barrio Juan Manuel de Rosas.
-          Por donde agarramos? –  Preguntó mi viejo.
-          Por Adrian Veres, hasta Sixto Laspiur y ahí vemos como hacemos – Dijo el Cheche.
Éramos pocos, apenas cuatro, Mi papá, mi padrino, mi amigo el Titi y yo.
Cuando hicimos dos cuadras se sumaron  varios y todos al grito de ¡Dale Campeón, Dale Campeón!
Una  cuadra antes de llegar a Sixto Laspiur, mi viejo recuerda que sobre la calle Di Sarli, una paralela a Veres, vivía un chango que tenía una camioneta y  podía ser la salvación. Caminando al centro no llegaríamos mas. Así fue que la caravana giró a la izquierda hasta llegar a Di Sarli y luego giró a la derecha hasta descubrir una camioneta Chevrolet Silverado Verde.
Estos monos sabían cómo llevar los bombos, como arengar al grupo, sabían  encabezar una columna, porque eran de la UOM y en su haber contaban con varias marchas y paros nacionales con movilización. Por cierto los dos bombos tenían la inscripción de la UOM de un lado y el número “62” del otro, por las 62 organizaciones.
Llegamos a la Silverado Verde. Titi destrabo la puerta de la caja, la abrió y subimos.
-          Quédate conmigo, Pablito – Me dijo, mientras apoyaba la matraca en el piso de la caja de la camioneta.
Estuvimos mas o menos cinco minutos arriba de la chata y no arrancaba, es mas no tenía conductor, así fue que el Cheche le dijo a mi papá: “Adolfo, tócale timbre y avísale que salga con las llaves”.
Así fue. Mi viejo le toco timbre, se abrió la puerta, mi papá volvió sin mediar palabra.
-          Que pasa muchachos? – Dijo el dueño de la camioneta. El tipo era un gordito de baja estatura y bigotes, algo así como Mario Bros, pero sin mameluco.
-          Dale que vamos. Trae las llaves y arranca para el centro. Argentina salió campeón!!! – Le grito el Cheche.
El tipo titubeo alguna excusa pero no alcanzó. Tenía a veinte monos en la caja de su vehículo que le metían presión y encima los conocía. En ese Barrio el 90% era afiliado a la UOM, así que como compañero no podía fallar.
-          Bueno denme cinco minutos – Dijo el bigotudo.
Efectivamente a los cinco minutos salió con dos mujeres de su mismo porte pero sin bigotes, subieron a la cabina y arrancó el motor.
La cosa es que estos ñatos le tomaron la chata. Nunca le preguntaron si podía, si quería, si tenía nafta, ni siquiera si andaba! Se subieron y gentilmente le dijeron que todos incluso él irían hasta el centro a festejar, algo así como un invitado de honor sin mayores honores.
Así fue como llegamos al centro de Bahía Blanca y a paso de hombre entre la multitud la Chevrolet avanzaba. Yo estaba en la caja y cantaba lo mismo que cantaban todos. No tenía miedo, nada, cero. Estaba con mi viejo, el Cheche y el Titi, quién me  podía ser tan  pero tan gil de hacerme algo? Nadie!! Pero Nadie en este planeta podía enfrentarse a ese trío. El único que podía doblegarlos era yo!
Recuerdo que la caja era inmensa. En un momento quedé en la otra punta, alejado de mi papá y  mi padrino que hacían sonar los bombos apoyados sobre el techo de la cabina y el Titi en un lateral con una bandera que reemplazó a la matraca gigante. Llegar hasta donde estaban ellos fue una hazaña. Empujar, pedir permiso sin ningún resultado, quedar en el medio de gente que no conocía, en fin… hasta que llegué a estar al lado de Titi, que bajó  su mano, abrazo mi cabeza y cantaba, solo cantaba… Dale Campeón Dale Campeón!! Cantaba el Titi. Me acomodé en un rincón, me senté,   estaba cansado y sin dimensionar lo que implicaba haber ganado ese partido, entre las piernas de Titi y el vidrio de la camioneta creo que me dormí. Digo creo porque no tengo registro de lo que pasó hasta que mi amigo y referente de todo, Titi me despertó y me dijo: “Pablito! Dame tu bandera!”
-          Y la Tuya? – Le pregunté-
-          Un Hijo de puta me pegó el tirón y me la afanó.
Claro que le di mi bandera, si yo no la usaba y en casa estaba mi mamá que podía hacer mil de esas y aun mejores, porque si a mi vieja le das tiempo, con su máquina de coser te reconstruye el Titanic, pero dale tiempo nada más.
Me dormí otra vez.  Me despertó mi papá para bajar de la chata en la puerta de mi casa.
Cuando entramos mi mama dijo: “Se perdieron lo mejor”.
-          Qué?  - Preguntó mi papá-
-          La entrega de la Copa, la medalla, la ceremonia.

-          Ja No Mamá, vos te perdiste lo mejor – le dije-  fuimos con Papá, el Cheche y Titi por Adían Veres y después…. – Así seguí con el relato, el mismo que le acabo de contar. Mi vieja me miraba con el amor que solo mi vieja puede mirar. Atenta me escuchaba. Sabía que estaba siendo participe de algo histórico.

1 comentario:

Gaby Amadeo dijo...

impecable relato, muy bueno!